miércoles, 19 de diciembre de 2007

nunca ha sido Mahagony


Amsterdam posiblemente ha conocido en su historia más reciente dos momentos en los que ha conseguido que la mirada se dirija hacia ella. Los años sesenta abrieron la puerta. Este 2007 la hace tan atractiva como entonces.
Escaso es el tiempo para disfrutar la libertad que desde el Renacimiento la ha hecho singular. Toda una batería de límites que nos invitan a correr hacia una ciudad que hoy alcanza su máxima decadencia como referente de una cultura. El rojo de su barrio se desvanece. El marrón de sus cafés deja adivinar un inminente sabor incoloro.
¿Siempre quedarán los museos?

photoclaroscuro

miércoles, 5 de diciembre de 2007

LA IMPORTANCIA DE NO PARECERSE A PHILIP J. FRY

«¿Nosotros hemos inventado la felicidad? -dicen los últimos hombres, y parpadean» (F.W. NIETZSCHE)

¿La diferencia entre Homer J. Simpson y Philip J. Fry?: la que hay entre Sancho Panza y Lázaro de Tormes. Con el tiempo, Sancho se depura al lado de su señor, en tanto que el arquetipo de la picaresca, rodeado de sujetos envilecidos y más romos de inteligencia que él, acaba por degradarse del todo al perder su único talento, una cierta astucia pedestre para sobrevivir. Sancho, con las peripecias y también por imperativo de supervivencia, descubre nuevas dimensiones para su estrecho mundo (de las diversas adaptaciones cinematográficas de la saga cervantina, tal vez sea la más humilde en intenciones, la de Cantinflas, la que incida más en esa transformación) mientras Lázaro, contradiciendo su bíblico nombre, en vez de resucitar a una visión del mundo más trascendente, empieza a caer en el conformismo, olvida sus artes rastreras y desciende, al resultarle la vida menos dura que en sus primeros años, por la pendiente filistea hasta convertirse en un perfecto e inerme representante de la mesocracia.

Homer y Fry son dos variedades para una misma figura nietzscheana, la del Ultimo Hombre. En Homer sigue viva la inocencia de Atapuerca al lado de una cierta madurez que le aporta una vida imprevistamente aventurera, llena de locas peripecias, inmerecidas según los cánones de la épica (es lo que indigna a Frank Grimes, su Caín particular, laborioso, meticuloso pero carente de chispa imaginativa y, por tanto, inasequible al rango de aventurero desde su cuadriculada mente): cuando acabe el ciclo y recomience, quien, como Homer, tenga frescos los rasgos anímicos de Atapuerca y esté familiarizado con la noción de aventura, se hallará en mejores condiciones de adaptarse a la nueva Prehistoria/Medievo. Homer es, en su calidad de imbécil apocalíptico, de acelerador de la caída del mundo en que vive, un héroe de nuestro tiempo al propiciar, con sus acciones disparatadas pero siempre rotundas, la llegada de un tiempo nuevo. Ignoro cuál es su ascendente étnico: supongo que alguno que los guionistas judíos de la serie consideren (con esa petulancia tan propia del judío) especialmente risible por inferior en capacidad intelectual (irlandés –hay ecos de sátira antiReagan como paradigma del estúpido en un puesto que le supera pero que, al final, logra triunfar en sus objetivos sin saber muy bien cómo: sería la contrapartida de un estúpido ulterior, George W. Bush, el estúpido de ascendencia judía que se labra con cada nueva decisión su propia catástrofe-, tal vez eslavo –el primitivismo de iconos como Yeltsin o el papa polaco que acompañaron cronológicamente el desarrollo de la serie han podido también contribuir a la construcción del perfil-). Quizás en la figura de Homer los guionistas quieran retratar el miedo a la caída de su propia etnia (enésima caída en ese rollercoaster que supone la historia judía, hecha de despóticos y mal administrados triunfos y de atroces penitencias: caída ejemplificada en las decisiones cada vez más erróneas y alejadas de la realidad tomadas por la administración USA y por los sanedrines políticos israelíes y que han logrado lo impensable, que rancios argumentos antisemitas emanados del tronco germano y eslavo hoy vuelvan a ser asumidos como respetables y pedagógicamente novedosos por crecientes franjas de población –no sólo de confesión islámica sino occidental antiSistema, tanto en Europa como en Latinoamérica y hasta en los propios USA-) en contraste con la consolidación de la basura blanca irlandesa, en su momento considerados casi peor que los negros (consolidación tanto en el contexto norteamericano como en el hecho de que Irlanda sea el país europeo con mejores perspectivas de futuro socioeconómico).

Fry, también de posible ascendencia irlandesa, es muy diferente. El Ultimo Hombre en sentido literal. El resultado terminal de la civilización. El inculto Homer, desde su incultura, crea cultura: Atapuerca como final y como principio. El civilizado Fry, en su indolencia, en su cobardía, en su abulia, en su carencia de imaginación (demostrada por sus torpes ejercicios audiovisuales con el holófono), sin esos impulsos locos que caracterizan a Homer (y que éste, muy lúcidamente, inculca a sus hijos como su mejor rasgo), enlaza con el Bart Simpson de las elucubraciones futuribles (el Bart viviendo con Ralph sin más conexión con la aventura que el recuerdo de una infancia condicionada por las bizarras -en el doble sentido de la expresión- aventuras de su padre, por el bucle sádico de las putadas de Pica contra Rasca, y por el destino manifiesto de su hermana de menso CI ocupando el inquilinato de la Casa Blanca). Fry es un pasota, el abúlico de ZARDOZ, el bobo ciudadano romano descrito por Momsenn que vio llegar el Medievo sin hacer nada por evitarlo (aunque ese acto fuese inútil formalmente pero habría justificado su existencia en el cosmos), el señorito de que hablaba Ortega sin instintos de supervivencia y convencido de que las prótesis que la Técnica nos depara son fruto de la Naturaleza (vamos, que cuelgan de los árboles/hipermercado o brotan de la tierra/EBay y en nada nos incumbe su génesis y su evolución como posibilidad de supervivencia). Cuando la beatitud hippie y la rabia yippie degeneraron en la picaresca predación trapichera (germen de la posterior avidez yuppie de los 80 –Escohotado, en su HISTORIA DE LAS DROGAS, explica muy bien este horrendo devenir-) y en la degeneración pasota de los temperamentos menos emprendedores (convencidos de que todo va bien en la aporía terminal –o lo que es igual, que la catástrofe definitiva de nuestra civilización durará muuuucho estirándose como chicle- y que, a corto plazo, podemos salir a flote en un panorama desprovisto de cualquier pulsión mínimamente trascendente: ahí tenemos a un Santiago Segura como superfriki triunfador a costa de un arte llamado Cine –que, en sus manos, se reduce a una coartada para ganar dinero fácil, como cuando se presentaba a los concursos de tv- o al propio Fry escamoteando el crack de su civilización en una campana criogénica para resucitar en un futuro salvaje pleno de aventuras donde él se limita a dejarse llevar como peso muerto).

Jünger, desde su posición de caballero cuerdo (eso que Don Quijote sólo fue en raras ocasiones –pero cuán estupendo se ponía en tales momentos-) y desde su valoración antiilustrada de la Cultura y la Naturaleza (su crítica a la educación universal, indiferenciada -que uniformiza y anula los instintos básicos, los impulsos vocacionales-, y su defensa de la formación selectiva y estamental –que aquilata nuestras potencias, que de veras nos realiza, que maximiza nuestra funcionalidad-), defendería a Homer de sus petulantes mofadores reivindicándolo como materia prima cargada de Destino y señalaría como lo auténticamente crucial, como el quid de la cuestión, el NO PARECERNOS A PHILIP J. FRY, el auténtico ejemplo de Lo Humano como cul de sac.



domingo, 25 de noviembre de 2007

SUEHIRO MARUO




Nick Curry, el tuerto de oro, más conocido como Momus, aclara en su web en qué fuentes se inspira su música: “Puesto que tengo una personalidad cautelosa –que, sin embargo, anhela una gran libertad- me identifico con los decadentes de finales del siglo XIX, como Wilde o Beardsley. También me identifico con los japoneses jóvenes y tímidos, que están empezando a dejar atrás un periodo similar al victoriano en su propia cultura, caracterizado por la rigidez. Lo interesante es que cuando la libertad va más allá deja de interesarme (se me viene a la cabeza la imagen de los turistas australianos que hacen surf drogados en Bali). Lo que deseo capturar es el primer atisbo de libertad que descubre una persona verdaderamente reprimida”. La obra de Suehiro Maruo nace a borbotones de ese asombro, y tiene –a pesar de su crueldad- la pureza de los primeros descubrimientos. Y es que Suehiro Maruo es, para quien no le conozca, uno de los reyes del ero-guro, un subgénero del manga que expresa en estampas lo anómalo, lo surreal, el erotismo desenfrenado y la violencia. Lo interesante es que en su obra la dosis de modernidad es mínima: sus historias son una anomalía que hunde sus raíces en el pasado feudal de Japón, en el ukiyo-e, las imágenes del mundo flotante, que nos siguen pareciendo extrañas y alucinadas.

Veamos algunos de los temas que aparecen en sus cómics: una pasión inexplicable por los ojos (la oculofilia de Suehiro Maruo deja en paños menores a Bataille y su Historia del ojo), guerras secretas, maldiciones sintoístas, la nueva carne (siguiendo una tradición típicamente nipona -donde la fusión del hombre con la máquina se revela en toda su violencia física, sin prestar tanta atención a la prospectiva social- pero también de acuerdo a obsesiones personales: la carne se desteje en sus historias como si estuviera viva, y en los cuerpos de sus personajes aparecen estigmas y tatuajes sobrenaturales), los monstruos de circo que se exhibían entre luces hace más de un siglo en Coney Island, la violencia de los crímenes sexuales, las perversiones o los relatos de vampiros.


A veces una historia autoconclusiva de tres o cuatro páginas (en su obra abundan las recopilaciones de historias breves) sugiere mundos enteros, como ocurre al comienzo de Paranoia Agent: “Apareció en Shanghai en los años 30. En esa época Shanghai era conocida como la ciudad demonio y el grupo Mao, biológicamente desarrollado, había emprendido una guerra contra los robots capitalistas, tecnológicamente modificados”. Sobre un fondo rojo óxido, como dibujados en sanguina, los agentes secretos de Suehiro Maruo se persiguen y se disparan, hay explosiones y asesinatos. De repente la historia acaba de forma abrupta. En la siguiente página, antes de que nos recuperemos, nos contará un crimen sexual o quizá una historia de fantasmas. Su velocidad es terrorífica, y trae a la memoria un momento célebre de Neuromante, de William Gibson, en que el narrador se sincera y afirma: “teníamos la sensación de vivir en un perverso experimento de darwinismo social, ideado por un investigador aburrido que mantenía el dedo permanentemente apretado en el botón de avance rápido”. Suehiro Maruo escribe para una generación castigada por la velocidad, y sus historias exigen víctimas con un umbral de atención demasiado bajo.


En un país y en un arte lleno de excesos estos temas, todo hay que decirlo, no tienen nada de especial. En la forma, en cambio, Suehiro Maruo destaca. En sus cómics reaparece la línea clara de Beardsley y un grafismo inspirado en el estilo de los años 30. También es diferente su manera de abordar los temas que le interesan. Sus excesos no deben confundirnos: estamos muy lejos del hastío de Sade y de su enciclopedismo –esos vicios tan modernos-. Las tropelías del Divino Marqués, es bueno recordarlo, sólo tienen interés como caricatura extrema y non plus ultra del proyecto ilustrado, como conciencia de un límite. En cambio en el sexo extraño y las mutaciones que recorren las historias de Suehiro Maruo, como sucede con la obra de Charles Burns, el tedio ha sido desterrado y sigue habiendo un lugar para la fascinación y el misterio.

miércoles, 21 de noviembre de 2007

LA HUMILDAD DEL CREADOR

Hay una calma eléctrica en el corazón de la tormenta.
Trascendentalmente viva
segura y cálida.
Sal, ahora, a buscar la musa.
La plaga está ahí.
Debes elegir.
Tú debes decidir.
Tu mente objeta. Es tuya, es suya, es nuestra, es de ella.
La moral aún nos puede salvar.
La alternativa es la muerte.

En REQUIEM POR BROWN (novela de James Ellroy) el protagonista, un ex/policía alcohólico cuya única conexión fuerte con la Kultur es su afición por la música clásica (romanticismo alemán) y sus charlas con un amigo freak fanático de la SF, sueña este poema. Se despierta angustiado y, tras apuntarlo, está convencido de que no será sino un refrito que su subconsciente ha elaborado con versos ya escritos por autores consagrados. Acaba yendo a una biblioteca pública donde se tira seis horas sin encontrar referentes y acaba aceptando, pero todavía algo escéptico, la autoría. Cuando lo hace, las circunstancias de hiperviolencia justiciera en las que se mueve lo están llevando a un nivel existencial más elevado. Todo va unido. El crea desde sus días y noches vividos, vapuleados, sangrantes. No hay diletantismo ni licencia poética en esas líneas que soñó. Pero no puede asumirse como un creador. Le parece demasiada presunción. Eso es lo entrañable. Tal vez Fritz Brown no vuelva a escribir otro poema en su vida. O lo haga pasado mucho tiempo, tras otro momento traumático de cambio de piel. Pero tampoco en esa ocasión sus palabras serán baldías. Aunque sólo existan para sí mismo. La acción de esta novela transcurre a comienzos de los 80. Hoy Brown lo mismo tendría un blog, sin lectores, sin comentarios, como una caja de seguridad en la que volcarse para monologar. Como una consigna de estación donde albergar lo mejor de sí. Esos rincones de la red son los auténticos tesoros que depara esta suprema banalidad llamada Internet. Que alguien como Fritz Brown escriba su blog en la oscuridad de la multitud. El espejo oscuro frente al que reconocerse (pero siempre a regañadientes) como creador.


jueves, 15 de noviembre de 2007

la verdad de las novelas



Carracedo (photoclaroscuro)

No es ninguna noticia la inocencia de los caballeros de la Orden del Temple, setecientos años después de su desaparición. Y eso que los caballeros del Temple debían ser “cosa fina”. El papa, vendida su mitra al rey francés, acató los deseos de éste, sin necesidad de condenar directamente a la orden. Si bien hace poco tiempo se recuperó el documento del proceso, la posición del papado era ya conocida. Y es que no sólo del Archivo Secreto Vaticano proceden las que continuamente se llaman “escasas noticias”. Sin buscar muy lejos, el fondo documental más voluminoso que sobre los templarios existe se encuentra en el Archivo de la Corona de Aragón. Tal vez lo que menos dejan traslucir los documentos –por aquello de que son testimonios legales y administrativos- son los entresijos en los que descansan el mito y la leyenda.

No es mi intención adentrarme en el terreno de los testimonios de primera mano. Prefiero recurrir a la literatura. Hace más de ciento cincuenta años Gil y Carrasco escribió “El Señor de Bembibre”. El autor tal vez conoció la obra de Grouvelle durante su trabajo en la Biblioteca Nacional. El tema le interesaba por su origen leonés y el referente obligado de El Bierzo: Ponferrada, Cornatel, Carracedo o Arganza. De sus palabras se desprende simpatía por la orden. Pero desde un precioso y cuidado encuadre romántico. Cuenta cómo las intrigas, la ambición, la codicia encontraron el modo de despojar a los templarios de sus bienes, cuyas riquezas sobrepasaban a las de cualquier corona cristiana.
Este ejemplo hace pensar que la auténtica novela histórica, la que mira a la Edad Media, ya fue escrita en el siglo XIX. Hoy se convierte en noticia una información voceada a lo largo de los siglos.


“ahora ya no queda más del poderío de los templarios que algunos versículos sagrados inscritos en lápidas, tal cual símbolo de sus ritos y ceremonias, y la cruz famosa” (Enrique Gil y Carrasco)

lunes, 5 de noviembre de 2007

















"La decadencia de la fisonomía indivual genera un extraño mundo de marionetas"

Imagen de "El mundo transformado", uno de los fotolibros de Jünger, amena indagación gráfica comentada sobre los peligros que conlleva el presente.

miércoles, 31 de octubre de 2007

Difuntos


Mañana es Día de Todos los Santos; una cita de Thomas Brown y enlace:

«Obtengo una verdadera Teoría de la muerte cuando contemplo una calavera o cuando examino un esqueleto con las vulgares imaginaciones que éste arroja sobre nosotros.»



martes, 30 de octubre de 2007

ELOGIO DEL RETRETE TRADICIONAL JAPONÉS

*En la imagen, interior de un retrete japonés de la era Meiji (1868-1912).

"Siempre que en algún monasterio de Kyoto o de Nara me indican el camino de los retretes, construidos a la manera de antaño, semioscuros y sin embargo de una limpieza meticulosa, experimento intensamente la extraordinaria calidad de la arquitectura japonesa. Un pabellón de té es un lugar encantador, lo admito, pero lo que sí está verdaderamente concebido para la paz del espíritu son los retretes de estilo japonés. Siempre apartados del edificio principal, están emplazados al abrigo de un bosquecillo de donde nos llega el olor a verdor y a musgo; después de haber atravesado para llegar una galería cubierta, agachado en la penumbra, bañado por la suave luz de los shoji y absorto en tus ensoñaciones, al contemplar el espectáculo del jardín que se despliega desde la ventana, experimentas una emoción imposible de describir. El maestro Soseki, al parecer, contaba entre los grandes placeres de la existencia el hecho de ir a obrar cada mañana, precisando que era una satisfacción de tipo esencialmente fisiológico; pues bien, para apreciar plenamente este placer, no hay lugar más adecuado que esos retretes de estilo japonés desde donde, al amparo de las sencillas paredes de superficies lisas, puedes contemplar el azul del cielo y el verdor del follaje. (…) Cuando me encuentro en dicho lugar me complace escuchar una lluvia suave y regular. Esto me sucede, en particular, en aquellas construcciones de las provincias orientales donde han colocado a ras del suelo unas aberturas estrechas y largas para echar los desperdicios, de manera que se puede oír, muy cerca, el apaciguante ruido de las gotas que, al caer del alero o de las hojas de los árboles, salpican el pie de las linternas de piedra y empapan el musgo de las losas antes de que las esponje el suelo. En verdad, tales lugares armonizan con el canto de los insectos, el gorjeo de los pájaros y las noches de luna; es el mejor lugar para gozar de la punzante melancolía de las cosas en cada una de las cuatro estaciones y los antiguos poetas de haikus han debido de encontrar en ellos innumerables temas. Por lo tanto no parece descabellado pretender que es en la construcción de los retretes donde la arquitectura japonesa ha alcanzado el colmo del refinamiento”.

martes, 23 de octubre de 2007

Divinas palabras (I): Josep Pla















Ampurdán
(photoclaroscuro)




Esta primera entrada se queda en el terreno del propósito, lejos del manifiesto de intenciones. De la luz (que alienta el blog), materia de la que surgen las ideas, tomo prestada una luminaria de inspiración a Josep Pla:
“El drama literario es siempre el mismo: es mucho más difícil describir que opinar. Infinitamente más. En vista de lo cual todo el mundo opina”.
Escaso es el tiempo del que se dispone para recrearse en lo cotidiano. Pla debió saberlo. De espaldas al mundo se dedicó a ejercer de paisano, se dedicó a contemplar.

jueves, 18 de octubre de 2007




"Se ha dicho que mis niñas desvestidas son eróticas. Nunca las pinté con esa intención, que las habría convertido en anecdóticas, superfluas. Porque yo pretendía justamente lo contrario, rodearlas con un aura de silencio y profundidad, crear un vértigo a su alrededor. Por eso las consideraba ángeles. Seres llegados de fuera, del cielo, de un ideal, de un lugar que se entreabrió de repente y atravesó el tiempo, y deja su huella maravillada, encantada, o simplemente de icono."
Balthus Klossowsky, Rey de los Gatos. Memorias.





"Sucede a menudo que una mujer desnuda despierta en mí una emoción religiosa o la asociación de una idea metafísica, mientras que una imagen sagrada me hunde en pleno delirio (como la Virgen de Fouquet con ángeles rojos y azules)"
Juan Eduardo Cirlot . Respuesta al cuestionario de André Breton sobre L'Art Magique.

lunes, 15 de octubre de 2007



ilustración: Balthus

«Tout travail qui ne peut s’accomplir con amore et en tant que jeu, et qu’on n’accepterait pas de faire gratuitement, est du temps perdu.»

(Ernst Jünger –traducción francesa de PASADOS LOS SETENTA II; cita subrayada por el zenmeister Rafa C.-)