lunes, 23 de julio de 2018

REVOLUCIONES DE SALÓN: Otro mundo es posible (VIII) Reescritura: el truco del almendruco



La reescritura de las cosas que han ocurrido es tan antigua como la propia historia. Incluso ya antes de que existiesen mentes maquiavélicas, el registro fósil y su entorno hacen triquiñuelas para falsear lo que se ve a primera vista y hay que rascar más —esto es deformación profesional—. Eso de que la historia la escriben los ganadores es un poco así. Los perdedores, si es que han sobrevivido, también han contado lo suyo, pero en petit comitte y a lo jíbiri, y obviamente, a medida de que pasa el tiempo, la versión oficial siempre es la que toma fuerza, a fuerza de ser repetida, valga la redundancia. Lo de ganadores y perdedores no lo apliquen con pinzas historicistas o políticas necesariamente, sino como aquellos que fueron hegemónicos por algo en algún momento. Muchas veces no es necesariamente una guerra o una confrontación lo que da lugar a una coyuntura favorable al que escribe la versión oficial. Puede ser potra o que el otro no supiese escribir o narrar. Muchas personas de las que se conoce su versión bastante bien no han sido muy agraciadas. Apúntese a esta lista filósofos que se suicidan, escritores pobres o auras mágicas, pero son disgregaciones más outsiders. En los periodos pretéritos el filtro del tiempo, como decimos, no separa el grano de la paja, sino que los amalgama y convierte los hechos en un pastiche de historias, mitos y saberes populares. Distinto es lo que aconteció hace muy poco o está pasando. El que narra, a no ser que sea para sí —y aun así— es difícil que sepa permanecer neutral en algunos asuntos. Las personas corrientes y molientes a día de hoy repiten como papagayos, los sabios miran al cielo, los tontos son líderes de opinión y los que esperamos el futuro salvaje estamos a nuestras cosas.

La nueva ola censora que nos sacude desde tantos frentes, los errores políticos e históricos, la mera corrección de lo polite ya no es que escriban y reescriban datos, conceptos, moralinas y boutades,  sino que intentan que la autocensura de las mentes actúe como un resorte, vigilando qué decir, qué pensar y qué actitud tomar. Un arma que se utiliza mucho ahora es el aburrimiento por saturación, donde en otras épocas fueron noches en el calabozo, aceite de ricino, un palizón o el garrotillo. También la criminalización de la acción de escribir. Y esas formas de violencia vienen desde distintos niveles. La masa se revuelve intentando demostrar que son más papistas que el Papa, pero a la vez más copérnicanos que Galileo. Y sin embargo se mueve, o no… Se afean conductas de una forma moral emitiendo juicios de valor por el tema que toque en el día. Lo que siempre se ha hecho en bares, entierros y en reboticas, pero a las claras y con cierto orgullo, si no elitista, sí de pertenencia a una facción que mira el mundo de una forma acertada. Por otro lado está el factor Estado diciendo que es lícito o no, aún saliéndose de sus competencias autoimpuestas de defensa de las libertades y demás mamandurrias.

Como comenta a menudo el Maese Z., el mundo plasmado en 1984 describe más lo que vivimos ahora que la crítica del Stalinismo que hace Orwell. El constante revisionismo por los diversos frentes del espectro político y la extrema manipulación a la que estamos sometidos, esa REESCRITURA constante es hoy patente a diversas escalas. Si el río anda revuelto se dice que es ganancia de pescadores, pero al final quien gana son las conserveras. Identifican a auténticos fascistas —y no estoy usando el término alegremente— con luchadores por la libertad, y a los que gustan de la libertad de expresión —sin excepciones, no con doble o triple vara de medir— con amorales, terroristas, enemigos de clase, libertinos y otras lindezas. El pensamiento tangencial, no ya diagonal ni transversal, está mal mirado por todos aquellos que siguen una corriente a pies juntillas. Se acusa de sectarios a aquellos que rehúyen la piara, cuando esta piara se parece más a un grupo de acólitos que cualquier otra cosa. El reseteo de lo que se dijo es diario, donde se dijo dijo, se dice Diego. Diego, Policarpo, Casimiro, Leonino o Marciano. Lo mismo da que da lo mismo.  Mañana los nuevos trending topics habrán convertido en rancias las palabras del hoy, que será el ayer. Y el ayer no importa, pudiendo ser demagogos y chistosos aquí y ahora.