viernes, 7 de julio de 2017

SARTRE: UNA INTRODUCCION



"Naturalmente que en nuestra casa todo el mundo creía: por discreción. Siete u ocho años después del gobierno Combes, la incredulidad declarada conservaba la violencia y la indecencia de la pasión; un ateo era un original, un furioso a quien no se invitaba a comer, por temor a que «hiciera una de las suyas», un fanático lleno de tabúes que se negaba el derecho a arrodillarse en las iglesias, de casar en ella a sus hijas y de llorar deliciosamente, que se imponía probar la verdad de su doctrina por la pureza de sus costumbres, que se encarnizaba contra sí mismo y contra su felicidad hasta el punto de privarse del medio de morir consolado, un maniático de Dios, que veía Su ausencia por todas partes y que no podía abrir la boca sin pronunciar Su nombre; en una palabra, un señor con convicciones religiosas. El creyente no las tenía: las certidumbres cristianas habían tenido el tiempo suficiente de probarse en dos mil años, pertenecían a todos, se les pedía que brillasen en la mirada de un sacerdote, en la penumbra de una iglesia, y que alumbrasen a las almas, pero nadie necesitaba tomarlas por su cuenta. Era el patrimonio común. La buena sociedad creía en Dios para no hablar de Él."


Me interno en una asignatura pendiente. Un detonante: el amigo Tena me lo definió como SU filósofo. Otro: con mi cuchitril kippelizado y este entorno eXXXpañol de otredades infernales adobando mi cierre de círculo existencial pueril/senil, intuía que era el momento en que mejor podía acercarme al mundo sartriano.

Hasta ahora me habían separado los árboles: esa fisonomía horrorosa, como de Yves Montand con antifaz de camaleón; su condición de máximo icono durante décadas de eso tan genuinamente occidental, la progresía (cuando yo había descubierto la grandeza de Stalin -como también la de uno de sus servidores, el draculino Bergamín- por lo que tenía de antiprogresista, de provocativamente arraigado, de viejunamente incorrecto, exactamente como lo había hecho Dugin con el padrecito unos lustros antes); o la acre impresión que me produjo la lectura de algo suyo (LA INFANCIA DE UN JEFE, que como retrato de un fascista en germen me pareció tópica, impostada e impostoramente "militante", sin los hallazgos objetivos que ya había descubierto en las vivisecciones del fascismo ad uterum realizadas por un Zeev Sternhell o en las lúcidas reflexiones que me brindaba en las tertulias de los viernes el zenmeister Rafa, tan de vuelta de las miserias "nacionales").

De Sartre sólo había dos cosas que me resultaban simpáticas, su valoración de Frantz Fanon (con esa frase sartriana que ornaba el prólogo a LOS CONDENADOS DE LA TIERRA -"el odio es el único tesoro del insurgente"-), y dentro de su tortuosa relación con el comunismo, su tozuda negativa a caer en la fobia "pentagonal" hacia Moscú, tan tentadora para otros de su generación tanto conversos como puretas (esa estupendez gauchoatlantista que siempre acaba hediendo a troskismo...).

Me he descargado un buen montón de títulos de mi bookdealer habitual así como algunos volúmenes complementarios (de su consorte Beauvoir más una biografía, SARTRE: A PHILOSOPHICAL BIOGRAPHY de Thomas R. Flynn): usando la biografía como bitácora, iré leyendo por orden cronológico. He empezado con LAS PALABRAS (sus memorias de infancia que, por el momento, con su compulsión por los libros, los tebeos y el cine, más su infancia "revejía" -con diferencias y semejanzas notables en cuanto a tutelajes y mutaciones de rey de la casa en patito feo-, no me está resultando demasiado ajena y sí bastante amena).

En fin, aún no le han crecido pelos en las partes aunque acaba de matar a Dios. Cuando acabe este libro, me esperan EL MURO Y OTROS CUENTOS PRIMERIZOS (donde me volveré a topar con LA INFANCIA DE UN JEFE -veremos si con la relectura varía o se confirma mi primera mala impresión-) y después LA NAUSEA y los primeros tochos duros de roer (LA TRASCENDENCIA DEL EGO, EL SER Y LA NADA...).

A suivre...



sábado, 1 de julio de 2017

SOÑANDO CON EL TITANIC (cabezadita de sobremesa)


Zzzzzapeando tras la paella de lentejas a la mariñeira (con sus alguitas, su bonito, su salsa de ostras... -bueno, ya daré la receta en otra ocasión-), quedéme traspuesto y, en esto, aparecióseme Heliogábalo con toda su pompa (de jabón) y vestido de capitán de trasatlántico. Por la rutina del tópico, empezó a interpelarme con guiños y visages (que yo confundí con Louis de Funes, pero en realidad el referente era Artaud, su evangelista): con aquellos galones y aquellas muecas me retrotraje a EL GENDARME DE SAINT TROPEZ y, transido por la vis cómica, no le pillaba el discurso. Amoscado, diose cuenta de mi zumba y cachondeíllo y deceleró su expresión hasta adquirir la prosopopeya de un José Antonio Marina dirigiéndose a una audiencia de iletrados seguidores de LA QUE SE AVECINA. No acababa de cuadrar del todo el punto al insigne filósofo/tertuliano y la cosa quedó a medio camino, con un algo a lo capitán Spaulding (por otra parte, muy oportuno dado lo "titánico" de la situación). Me explicaba paciente que ese barco era su mayor "orgullo" y que iba a durar por lo menos mil años (¿acaso las retransmisiones simultáneas de su puesta a flote en las televisiones de Carmena y Cifuentes no lo atestiguaban? -aquí no pude dejar de pensar por un momento en los momentos más náuticos de Fellini en AMARCORD y, cómo no, en Y LA NAVE VA... con ese aroma intenso a rinoceronte con diarrea-) y cómo yo era un pobre desubicado de la realidad al ver icebergs amenazando tanta imponencia desde los confines siberianos, confucianos o parsis. ¿Una nave tan fashion y guapísima de la muelte desarbolada por una cosa tan bárbara y elemental como un coscorrón de hielo? En esto, un a modo de cabeza volante de Marx en el film ZARDOZ pero en plan frappé y con los rasgos del Putin Amo se comenzó a divisar en lontananza. Como el capitán Heliogábalo, empeñado en persuadirme de mi errónea y absurda posición, daba la espalda a la proa y también al creciente acojone de la tripulación y pasaje, el barco, sin directrices, iba derechito al redentor desastre. Yo me empecé a sonreir con malicia adventista (que a mí estas cosas me ponen...). Las últimas palabras que dijo el capitán fueron de antología: 

 -¿De qué te ríes, chaval?... Que esto es muy serio... 

 Y tánto. Oh, capitán, mi capitán...