viernes, 16 de enero de 2009

MOTOZEN


Sonará frívolo (lo mismo hasta blasfemo) pero uno de los momentos (fuera del sueño) en que más cerca me he llegado a sentir de la descreación zazen (al menos, por lo que he leído y me han contado) ha sido (no siempre, también es verdad -sólo en contadas ocasiones, sobre todo entre el 2002 y el 2004-) al viajar en moto por el paisaje de roca de un videojuego, paisaje que identifico con esas extensiones del Asia interior limítrofes con Siberia en las que hoy viven algunos de los sujetos más duros del planeta. El juego lo incluía el cd de WINDOWS 98 y supongo que mucha gente lo conocerá, incluso habrá quien lo considere obsoleto. Yo lo volví a instalar en el XP y, de vez en cuando, si busco liberar toxinas sociales y encararme con el infinito así como afinar mi a menudo dispersa concentración, me subo a la moto y recorro esos paisajes desiertos, en diálogo con el cielo, con la piedra, con las montañas del fondo (la iluminación, repito, ya nunca ha vuelto a ser tan intensa como en la época mencionada pero me sigue valiendo, en su tono menor). Por supuesto, el programa lo uso mudo porque el petardeo, con su tufo vano de autocomplacencia motera, me disturba. Al mando de mis dos ruedas, no me creo un Dennis Hopper espitoso y maltratador sino más bien un Robinson motorizado que se aferra a su cabalgadura como un jinete pálido enemigo de la gente y sus decepciones, como un solitario amigo de soledades.



jueves, 8 de enero de 2009

ANTONIN ARTAUD Y ANAÏS NIN


photoclaroscuro


En Incesto, uno de los volúmenes de su diario, Anaïs Nin relata su relación en 1933 con Artaud. En mayo se encontraron por vez primera Artaud y Henry Miller, quien confiesa a Nin la impresión que le causó “sólo con verlo había reconocido al poeta”.

El 13 de junio habla una Anaïs Nin observadora:
“cuando miré su boca, con las comisuras ennegrecidas por el láudano, una boca que no quería besar, por una curiosa estratagema de superimposición… supe que de nuevo me sentía empujada a la muerte, al final, a las culminaciones, a las locuras”.
Y reproduce parte de un diálogo:
“La gente cree que estoy loco”. Y supe en aquel momento, mirando sus ojos, que lo estaba y que yo amaba su locura“…”No había esperado encontrar en ti mi locura”, me dijo. Hablaba como un poeta y me reí de mí cuando pensé en mi enorme ansia de poesía. ¿Estaba yo sentada allí, con Artaud, porque destilaba poesía, porque creía en la magia, porque se identificaba con Heliogábalo, el loco emperador romano, porque su teatro, su escritura y su ser estaban entretejidos, porque en el taxi hablaba como Hamlet y se apartaba el cabello del rostro sudoroso y deteriorado? Se ha apoderado de mi imaginación. Manda en ella. Camina, habla, lee, evoca momias, decadencia romana, drogas, locura, muerte. De nuevo, trataba de iniciar una experiencia, pasar por ella sin entregarme, y cada vez era más difícil… Y ahora me adentro cautelosamente en las regiones fantásticas de Artaud, y él, también, pone sobre mí sus pesadas manos, sobre mi cuerpo, y como la mandrágora al contacto con las manos humanas, grito”.

La literatura fue el nexo primordial entre ambos
"Hablamos apasionadamente de nuestra costumbre de condensar y tamizar con rigor las cosas, de buscar lo esencial, de nuestra afición a quitaesenciar todo en la vida y en la literatura, incansablemente. Discutimos sobre el psicoanálisis, al principio agresivamente”
y la instrospección en el alma
“Siento una inmensa piedad por Artaud, porque siempre sufre…Sé que los nervios y la sensibilidad de Artaud se alivian aquí. Es la oscuridad, la amargura de Artaud lo que quiero curar. Físicamente no quiero tocarlo. Amo la llama y el genio que lleva dentro".
“No tiene nada de extraño que me conmuevan los sentimientos de Artaud, su falta de autoestima”. “Sabía que Artaud era un hombre enloquecido, enfermo, atormentado, y me interesaba, pero no humanamente”.

De alguna manera fue una relación que pretendió no ser física. El único encuentro sexual -aunque frustrante- fue valorado por Nin de modo positivo, al minimizar la impotencia del hombre, tal vez cansada de tanta conexión carnal. Aunque ella, tan absorbente y fiscalizadora, buscaba más allá del cuerpo, la posesión de su intelecto. Posiblemente la más perfecta posesión que puede ejercerse sobre otra persona.
“No pienso en Artaud como cuerpo. De su cuerpo sólo conozco sus ojos. Me gustan su delgadez, sus gestos. Se parecen a sus pensamientos. ..No quiero estar cerca de su cuerpo.Estoy enamorada de su mente, de la más sutil de las inteligencias, de todas las manifestaciones sobrenaturales. Me gustaría solo escribirle, no estar con él”.

De los momentos que compartieron en junio de aquel año, recogidos con detalle y por extenso, ella se quedó con la esencia, o el símbolo, de un paseo por los quais y un abrazo. Para nosotros dejó un retrato perspicaz y a mi parecer certero de Artaud.