domingo, 25 de noviembre de 2007

SUEHIRO MARUO




Nick Curry, el tuerto de oro, más conocido como Momus, aclara en su web en qué fuentes se inspira su música: “Puesto que tengo una personalidad cautelosa –que, sin embargo, anhela una gran libertad- me identifico con los decadentes de finales del siglo XIX, como Wilde o Beardsley. También me identifico con los japoneses jóvenes y tímidos, que están empezando a dejar atrás un periodo similar al victoriano en su propia cultura, caracterizado por la rigidez. Lo interesante es que cuando la libertad va más allá deja de interesarme (se me viene a la cabeza la imagen de los turistas australianos que hacen surf drogados en Bali). Lo que deseo capturar es el primer atisbo de libertad que descubre una persona verdaderamente reprimida”. La obra de Suehiro Maruo nace a borbotones de ese asombro, y tiene –a pesar de su crueldad- la pureza de los primeros descubrimientos. Y es que Suehiro Maruo es, para quien no le conozca, uno de los reyes del ero-guro, un subgénero del manga que expresa en estampas lo anómalo, lo surreal, el erotismo desenfrenado y la violencia. Lo interesante es que en su obra la dosis de modernidad es mínima: sus historias son una anomalía que hunde sus raíces en el pasado feudal de Japón, en el ukiyo-e, las imágenes del mundo flotante, que nos siguen pareciendo extrañas y alucinadas.

Veamos algunos de los temas que aparecen en sus cómics: una pasión inexplicable por los ojos (la oculofilia de Suehiro Maruo deja en paños menores a Bataille y su Historia del ojo), guerras secretas, maldiciones sintoístas, la nueva carne (siguiendo una tradición típicamente nipona -donde la fusión del hombre con la máquina se revela en toda su violencia física, sin prestar tanta atención a la prospectiva social- pero también de acuerdo a obsesiones personales: la carne se desteje en sus historias como si estuviera viva, y en los cuerpos de sus personajes aparecen estigmas y tatuajes sobrenaturales), los monstruos de circo que se exhibían entre luces hace más de un siglo en Coney Island, la violencia de los crímenes sexuales, las perversiones o los relatos de vampiros.


A veces una historia autoconclusiva de tres o cuatro páginas (en su obra abundan las recopilaciones de historias breves) sugiere mundos enteros, como ocurre al comienzo de Paranoia Agent: “Apareció en Shanghai en los años 30. En esa época Shanghai era conocida como la ciudad demonio y el grupo Mao, biológicamente desarrollado, había emprendido una guerra contra los robots capitalistas, tecnológicamente modificados”. Sobre un fondo rojo óxido, como dibujados en sanguina, los agentes secretos de Suehiro Maruo se persiguen y se disparan, hay explosiones y asesinatos. De repente la historia acaba de forma abrupta. En la siguiente página, antes de que nos recuperemos, nos contará un crimen sexual o quizá una historia de fantasmas. Su velocidad es terrorífica, y trae a la memoria un momento célebre de Neuromante, de William Gibson, en que el narrador se sincera y afirma: “teníamos la sensación de vivir en un perverso experimento de darwinismo social, ideado por un investigador aburrido que mantenía el dedo permanentemente apretado en el botón de avance rápido”. Suehiro Maruo escribe para una generación castigada por la velocidad, y sus historias exigen víctimas con un umbral de atención demasiado bajo.


En un país y en un arte lleno de excesos estos temas, todo hay que decirlo, no tienen nada de especial. En la forma, en cambio, Suehiro Maruo destaca. En sus cómics reaparece la línea clara de Beardsley y un grafismo inspirado en el estilo de los años 30. También es diferente su manera de abordar los temas que le interesan. Sus excesos no deben confundirnos: estamos muy lejos del hastío de Sade y de su enciclopedismo –esos vicios tan modernos-. Las tropelías del Divino Marqués, es bueno recordarlo, sólo tienen interés como caricatura extrema y non plus ultra del proyecto ilustrado, como conciencia de un límite. En cambio en el sexo extraño y las mutaciones que recorren las historias de Suehiro Maruo, como sucede con la obra de Charles Burns, el tedio ha sido desterrado y sigue habiendo un lugar para la fascinación y el misterio.

2 comentarios:

dildo dijo...

Más influido por Buñuel, por el "grand-guignol" o por Browning que por Tezuka, Maruo es un bicho raro incluso en el excéntrico y poliédrico panorama tebeístico japonés. En efecto, le pasa un poco como a Burns en EE.UU.
Le felicito, Tiffauges, por su ejemplar miniensayo sobre el gran Suehiro: alguien tenía que hacerlo, ya que él se niega siempre a sacarle punta a sus creaciones:
"Mis obras no tienen ningún mensaje complicado. No se ha de sacar ninguna conclusión filosóficamente profunda ni nada de eso. Lo que sí me gustaría es que los lectores viesen en mis obras lo que realmente son: la visión artística de un mal sueño".

Haciendo Amig@s dijo...

La primera entrada que me parece realmente interesante del blog. Le felicito.

Sobre la aptitud de Maruo con respecto a su obra, es típica de los creadores japoneses de manga (e incluso de cine... las entrevistas de Miike también son de una sinceridad y falta de pretensiones desarmantes). No les gusta dárselas de artistas con mensaje ni cosas así.... al contrario que los occidentales.