viernes, 25 de julio de 2008

LA ITALIA MÁGICA (I): EL ÁNGEL BIZANTINO




Es un misterio que Cristina Campo, una de las cimas de la literatura italiana del siglo XX, siga siendo una desconocida en España. Cuando se le recuerda es de manera periférica, por su amistad con María Zambrano, o como figura a la sombra de su pareja, Elémire Zolla, un orientalista brillante, que también ha sido injustamente olvidado. La obra de Cristina Campo ni siquiera se ha traducido al español. Nos queda mucho por descubrir: una pasión desmesurada por la forma, que ella entendió siempre como una vocación superior – el estilo se confunde en su obra con el destino, la pureza, y el sacrificio-, una obra breve y maldita, un puñado poemas que rozan la perfección. Cristina Campo escribió sobre los cuentos de hadas y las fábulas, sobre el rito, sobre la rebeldía luciferina en un mundo consagrado a la fealdad. Su devoción por el ángel de oriente y el icono –combatió el Novus Ordo Missae en favor de la liturgia latina tradicional, y acabó aproximándose al cristianismo oriental- la acercan al cristianismo rebelde de su maestra, Simone Weil.

La editorial Adelphi ha publicado Gli Imperdonabili, que abarca prácticamente la totalidad de su obra. Para Cristina Campo son imperdonables aquellas personas que aún se atreven a buscar “la perfección perdida en una época de progreso puramente horizontal, de masacre universal del símbolo, de crucifixión de la belleza”, los hermosos vencidos, los malditos, oficiantes de un rito que parece estar a punto de desaparecer. Además de su talento para la poesía tiene el don del ensayista, la capacidad de encontrar analogías y correspondencias. Para llegar a la idea de perfección –centro invisible de su obra- nos hablará de Las mil y una noches, de Gottfried Benn, de la belleza olvidada, o del destino. Roberto Calasso la incluye dentro de la hermandad de los imperdonables: “ha llegado el momento de que los lectores se den cuenta de que en Italia, entre tanto promotor de su propia mediocridad, ha vivido también esta trapense de la perfección”.

La soledad de Cristina Campo es insolente y monástica. En sus poemas y en su prosa hay siempre una distancia aristocrática, un desdén elegante que supo convertir en acero para batirse con los nuevos tiempos. Cristina De Stefano habla de este talante combativo en su biografía Belinda y el monstruo: vida secreta de Cristina Campo:

“El mundo que nació con la posguerra y el boom económico es para ella un planeta inhabitable donde los rostros, las costumbres y los usos agonizan en la homogeneidad, donde todo gesto es intercambiable y por tanto vacío de sentido. Un mundo donde se ha perdido para siempre la idea de destino, que para ella es esencial. Es profundamente antimoderna. Piensa que el mundo moderno es una impostura y el progreso –idea atea por excelencia, ha escrito Simone Weil- una mentira peligrosa. Se asoma a otros siglos, íntimamente insatisfecha con el suyo.”
Teniendo en cuenta estas inclinaciones no es de extrañar que la obra de Simone Weil le marcara profundamente. Con ella estableció una relación de filiación espiritual, un vínculo de pertenencia que se aprecia, por ejemplo, en sus impresiones sobre la atención:

“Verdaderamente todo error humano, poético, espiritual no es, en esencia, más que una forma de desatención.
Cuando se le pide a un hombre que no se distraiga nunca, que se sustraiga sin reposo al equívoco de la imaginación, a la pereza del hábito, a la hipnosis de la costumbre, cuando se le exige su capacidad de prestar atención, se le está pidiendo que actúe de la manera más alta. Se le pide algo próximo a la santidad en un tiempo que parece perseguir tan solo –con furia ciega y un éxito paralizador- el divorcio absoluto de la mente humana de su propia capacidad de atención.”


Si la obra de Cristina Campo ya era marginal durante la República de Saló no es difícil comprender su aislamiento en los años de posguerra. Se cumple, una vez más, la profecía fúnebre de Michel Mourlet: “Dentro de poco la importancia de un libro se medirá únicamente por el silencio que lo rodea”. No debe sorprendernos que el silencio que rodea la obra de Cristina Campo sea vasto e invencible: está a la altura de su genio. El juicio al respecto de la propia autora es sorprendente. Dijo una vez de sí misma, con sprezzatura, esa distancia olímpica que le caracteriza, y recurriendo a la tercera persona, que había “escrito poco, y le gustaría haber escrito aún menos”. En ese lema austero se expresa una vocación que cada día nos parece más extraña: la búsqueda de la perfección


5 comentarios:

el zurdo dijo...

Con un pie en el estribo vacacional, unas consideraciones un poco a vuelapluma:

esta chica tiene algo de jovencita gentil de película neorrealista, de Conchita Montes en NADA, o de novia imposible (por pierangelical) de James Dean, esas antítesis tanto de los sobacos peludos en desabillé negra de la Magnani como de los volúmenes agresivamente estatuarios de las popolanas. Por las fotos parece también una SW sin autoodio (hay un punto discretamente chic que hace sospechar una vida personal menos despojada, más dispuesta a aceptar un mínimum natural de placer). Como un término medio entre la Weil y su antimateria, Bataille, a quien tanto repugnaba la Vírgen Roja (según testimonia en EL AZUL DEL CIELO).

Y esa cita última sobre que siempre se escribe "de más" parece de Rafa respondiendo a Luigi y a mí cuando le animamos a que se encarne un poquitín sobre el papel en blanco.

Monsieur Tiffauges dijo...

A pesar de ese aspecto equilibrado que comentas y que yo también percibo no le faltó pathos. Compartió con Simone Weil la fragilidad física. Leo una tesis sobre Cristina Campo estos días, "Dall’anima allo spirito. Cristina Campo ed Elémire Zolla: mistica e spiritualità nella svolta religiosa dei primi anni Sessanta", de Marco Lepore, donde explica que “nació con una malformación cardiaca incurable que marcó su infancia. Cae enferma con frecuencia y es atormentada por los síntomas secundarios de la enfermedad. El agotamiento, los mareos, los colapsos, las crisis de vómito, la fiebre le atormentaron durante toda la vida, que transcurrió en una alternancia de convalecencias y recaídas.”

el zurdo dijo...

Una vez más, de la enfermedad surgen las semillas del genio.

Arcángelo Barbasanta dijo...

Muchas gracias, Tiffauges, por esta maravillosa entrada, como todas las tuyas por otra parte.

Tan solo quería dejar constancia escrita de mi admiración y apoyo a todos los autores del blog y decir que hay algunos ojos que desde el anonimato os siguen y animan a continuar con esta labor tan enriquecedora y exquisita.

Un cordial saludo.

C. dijo...

Son años que estoy esperando que alguien escriba algo interesante sobre Cristina en español. Tengo el gusto de conocerla desde el 2002y he leído extasiadamente gran parte de sus páginas.
Fue olvidada porque la mediocridad del establishment cultural italiano no podría permitirse recordarla sin tener que desautorizar a casi todo lo demás. que es lo que vende: lo que la masa estupidizada ante los programas de la RAI compra.
Felicitaciones por el artículo que desafortunadamente leo un poco tarde.