“Existe más diferencia entre un hombre y otro hombre que entre dos animales de diferente especie”
Michel de Montaigne
“Desde la Revolución francesa ha ido afianzándose la viciosa y cretinizante inclinación a hacer creer a todos que los genios (dejando ahora al margen su obra) son seres humanos más o menos parecidos en todo al resto de los demás mortales. Nada más falso. Y, si esto es falso para mí, que soy el genio de más amplia espiritualidad de nuestra época, el auténtico genio de los tiempos modernos, es todavía más falso para aquellos genios que alcanzaron la cumbre del Renacimiento, como Rafael, genio casi divino.
Este libro va destinado a probar que la vida cotidiana de un genio, su sueño, su digestión, sus éxtasis, sus uñas, sus resfriados, su sangre, su vida y su muerte son esencialmente diferentes a los del resto de la humanidad.”
Así empieza “Diario de un genio”. Su autor, Salvador Dalí, ha sido considerado el gran histrión, el príncipe de los narcisistas, un estafador. A él sólo debemos, según algunos, la consagración del kitsch español. Lejos, en otra parte Dalí sonríe y sigue escribiendo como un dios.
El lector moderno apreciará en el texto una blasfemia doble: su condena feroz del igualitarismo, por una parte, y muestras claras de narcisismo, verdadero delito de lesa majestad. Sin embargo, nunca hubo narcisismo en Dalí, sino una entrega absoluta a las fuerzas más elevadas. En el escándalo de su vida Dalí rebasó un límite y aniquiló en sí mismo cualquier muestra de narcisismo. No hay sumisión al dinero en sus caprichos, como él mismo dijo en numerosas ocasiones, sino la voluntad de alcanzar el Oro. Sus ocurrencias nunca buscaron el escándalo por el escándalo, sino la transgresión radical del trickster, del zorro, el cuervo o el coyote, que llevan de forma sacra el desorden a los mitos. En sus excesos, en la invención de su propia leyenda, Dalí camina sobre el filo de una navaja y sobrevive a la prueba. Encontramos en Dalí y en otros creadores una exasperación de lo personal, de las pasiones y caprichos, que se convierte en ascesis y acaba desencadenando una epifanía. Por ese camino, naturalmente, se despeñan muchos.
Cada vez más, se asocia injustamente la palabra narcisismo a la obra de autores que se han propuesto ir, con valentía, más allá de sus límites. René Girard afirma que hemos olvidado la diferencia que separa la sangre derramada durante el rito sacrificial, que purifica, y la sangre que se vierte durante la violencia, en el vaho de la masacre, que sólo trae miseria. Una miopía parecida hace que confundamos al que da rienda suelta a sus caprichos con el narcisista que descubre en sí mismo fuerzas superiores y alcanza, a través de sacrificios, una potencia cósmica, sobrehumana, que linda con lo impersonal.
Más allá del umbral donde se detuvo Raskolnikov, en la soledad más absoluta, impera la ley del ángel. Más allá del narcisismo hay un erial, y el que se atreve a recorrerlo y sobrevive encuentra un jardín.
Muchos de los que han emprendido este camino han sido acusados injustamente de esteticismo y narcisismo. Podemos recordar la soledad extrema del anarca de Jünger, que vive como un rey sin reino, la ley del ángel de Mishima o el incendio de Stirner. Y también a los que han soñado en sus creaciones que la tierra era heredada por un solo hombre, el último hombre vivo, y a todos aquellos que entienden los excesos de sus diarios, confesiones y memorias como formas supremas de ascesis.
viernes, 6 de junio de 2008
SOBRE EL NARCISISMO
Publicado por Monsieur Tiffauges a 14:41:00
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4 comentarios:
Creo que tan sólo por entradas como ésta ya tiene sentido este blog en tanto que rincón para purificarse un poco de la mierda exterior, donde la inepcia, la abulia y el chiquilicuatrismo imperan y pretenden declarar pecado mortal y carga vergonzante la conciencia de Uno (y Su ¿Propiedad? -¿Circunstancia?-)...
Y esto no es elitismo barato. La empatía de Tod Browning con los fenómenos de feria o la del último Valle Inclán con los desechos sociales nada tienen que ver (por su extremosidad y fanatismo) con esta insidiosa idea (impregnada de un perverso y comodón aborto de common sense) de que el spam humano que hoy nos rodea cual ultracuerpos en la amplia zona gris que configura sociedades terminales como la nuestra es digno de ejemplo y hasta de emulación por su condición no de horizonte (que nos obligue a superarnos y a alzar la cabeza hacia su reflejo solar) sino por ser tan iguales a lo peor de nosotros mismos que nos arrastren con ellos a su abismo acolchado e invertebrado de emasculación espiritual.
He tenido que acudir a la definición de la RAE de genio (capacidad mental extraordinaria para crear o inventar cosas nuevas y admirables), una palabra cuyo significado creía conocer. Tal vez los hombres no estemos capacitados no siquiera para hacer uso de un palabra que nosotros hemos inventado. A mí Dalí, que me fascina, no me parece un genio. Su obra bebe, de un modo más o menos mimético –y con buena dosis de gracia- de los descubrimientos del renacimiento. Algún texto suyo, como algunas de sus obras pictóricas son mediocres (me refiero a las no deliberadamente mediocres). Su capacidad para que provoque admiración está, más bien, en que él se considere genio, y en ese sentido intentemos comprenderlo. Dalí como otros muchos personajes más o menos cercanos a nuestro tiempo no está aún en la posición adecuada para que sea considerado genio: faltan tiempo y distancia histórica. Su legado tampoco conduce a esa consideración. Es su actitud. El genio de Dalí sólo existe en él mismo. Más propio del hombre –del hombre valiente- me parece la condición narcisista. Narciso como humano que se creía dios. Y ahí, no es la palabra genialidad. Tal vez honestidad. Lo que un hombre no perdona (y ahí enlazo con la frase que abre la entrada) es que otro hombre tenga la osadía de decir en voz alta lo que piensa de sí mismo, cuando más de uno se considera como tal un ser excepcional y de cara a la galería se manifiesta desde la falsa modestia. Eso sí, ha de decirlo con estilo y elegancia, con ingenio, a veces con fingida brutalidad. Como decíais, en el difícil equilibrio del filo de la navaja. Ahí es cuando desconcierta, fastidia, incomoda, provoca el rechazo y por supuesto, la envidia, porque se intuye la superioridad de ese hombre. Y de ahí a la consideración de genio (desde nuestra comprensión) es donde no hay más que un paso. Pero me mantengo, es un paso casi imposible. Será que la genialidad estribe en conseguir que lo creamos.
Justo estoy releyendo un libro que viene muy al caso de esta entrada y de sus comentarios, el BAUDELAIRE de González Ruano. Donde uno no sabe qué es lo más interesante, si la relación del biógrafo con el biografiado como éste a su vez la tuvo con Poe (como una galería de espejos donde Narciso se reflejase en cada uno con distinto rostro -bonita idea para un cuadro de Magritte-) o la desfachatez luciferina de González Ruano en equipararse a sus ídolos. Me encanta don César, declassé como yo y abocado a las galeras del periodismo pero con la mirada siempre puesta en otros horizontes (como el Marcello de LA DOLCE VITA y como un gran identificando con éste, nuestro cofrade Dildo).
Tomo nota de la biografía de González Ruano. Como los espejos, ayer leía un esbozo biográfico de él sobre la figura de Camba. Y por otro lado el hilo de G Ruano a Baudelaire: ¿reflejos en círculo?
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