No recuerdo cuando dejé de creer en los Reyes Magos. No sé
si me di cuenta yo sólo o un niño bocazas me lo dijo en el colegio. Siempre he
sido muy inocente, y seguramente no he acabado con la idea de unos monarcas en
camello con regalos en mi mente más honda y blandita. Si puedo fechar el mes (y
el año más o menos) en que decidí dejar de creer en Dios definitivamente. Fue
Agosto del 91 ó 92. Nada perdí ese día pues esa idea nunca había sido demasiado
fuerte en mí. Tampoco creo en las flores de Bach, en la homeopatía, en los
psicólogos, en el comunismo o en el liberalismo. Me creo que el hombre ha
llegado a la Luna, que el Universo tiene 15.000 M.a. y que los donuts llevan
droga.
Y sin embargo ¿creo en Europa? ¿he creído alguna vez en ese concepto? Crecí en
una España que avanzaba a ritmos vertiginosos a convertirse en potencia. Europa
era enseñada a los niños en las escuelas como algo supernovedoso, como si
Dinamarca fuera una nueva marca de batido de frutas con leche. Hicimos trabajos sobre los entonces 12 paises
y recortamos estrella para unirlas en un extraño círculo que ahora ―uno es ya
perro vieho― me recuerda a la parte azul de la primera bandera de los USA,
aquella de las TRECE COLONIAS. En la tele daban programas de risas (Ya semos
europeos) y la modernidad parecía que venía allende los Pirineos montada en un
Rolls Royce negro como Mister Marshall regalando billetes a los que tenían
olivos y llenando todo de banderitas azules. Hermandad, buen rollo, todos a
una, precioso todo. Si eso es lo que queríamos deberíamos habernos plantado en
Eurovisión y ya. Pero eso lo sé ahora. No soy amigo de conspiraciones ni
subterfugios, porque en la política real sonríen aunque les estén haciendo un
torniquete en las joyas de la familia. Vaclav Havel decía que el comunismo le recordaba
a un mantel grasiento lleno de huesos de pollo; a mí, por mi parte, Europa me
recuerda a una reunión en un hotel donde el caviar y la cocaína corre a sus
anchas y nuestro electos representantes babean gagás entre el lujo que no
conocieron de pequeños. De muchacho veía a esos ingleses y a esos países que se
declaraban euroescépticos. No comprendía muy bien cómo podían no estar a favor
de esta fiesta de hermanamiento. Poco a poco, a medida que iba creciendo, aún
seguía dejándole galletas a Melchor, Gaspar y Baltasar, pero esos señores que
viajaban a Centroeuropa y decidía sin conocer ―Fischler comiéndose una aceituna
del árbol abrió muchos ojos en la bien cebada de subvenciones Andalucía―
realidades algunas de los problemas de la gente.
O sea, en Europa, se
decretaban las políticas en función de los deseos y no de las realidades. Si el
señor que decide sobre los olivos no saben que las aceitunas no se comen del
árbol, el señor que decide sobre el vacuno será vegano, la que decida sobre
leyes será informática de gestión y así suma y sigue. La suma de despropósitos
siguió. Era mi contacto con una realidad que tampoco me había planteado
demasiado, porque aquí la gente compraba coches y mansiones con el dinero de
Europa ―eran para la modernización del campo― y era como el maná. Poco sé yo de
visiones geopolíticas del mundo. Solo sé que una de las últimas veces que voté
antes de mi Revolución Individual Interna (de marcada corte anarca) fue para
decir NO a una pretendida Constitución que marcaba más los derechos de los valores,
los cambios de interés y los dineros que los de las personas. Eso me ayudó
mucho en mi Gran Salto Delante de romper con una postura tibia, aunque en el
fondo rotunda, de crítica al sistema. Europa über alles. Europa, vieja y
podrida prostituta, tu dinero no apaga el dolor. Sí. Lo que se pretendía como
una organización económica y cultural (juas) para ser más fuertes se ha
convertido en un cuarto Reich de mano suave, de austeridad protestante, de oir
misa sin comer carne. Si sacaban pecho cuando el euro (uno de los mayores timos
de la historia contemporánea) para luchar por el dólar, hemos comprobado que la
OTAN manda más que la EU. Es curioso ver como el verdadero europeísta sigue
siendo un nacionalsocialista descerebrado ―no de los listos― y si es listo más
cuadriculado que Vincent Vega antes de entrar en el Jack Rabbit Slim's con la
señora de Marcellus Wallace.
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