lunes, 10 de marzo de 2008

CRAYONTOMIA PREFRONTAL



Nueva vuelta de tuerca a lo ya dicho aquí (se recomienda como fondo musical para esta entrada el «MONGOLOID» de DEVO –aún mejor en la versión de PARAISO-) (intro basada en un hecho real -le ocurrió a una tía mía y como ella supongo que habrá millones-: a medida que pasaban los años el abanico de sus gustos como espectadora se fue estrechando; dejó de ver películas de tesis porque le producían dolor de cabeza; luego desertó de los melodramas por considerarlos deprimentes; más tarde también la tomó con las comedias de enredo porque se perdía en los argumentos; después, sólo veía programas musicales, concursos de Emilio Aragón, varietés con ventrílocuos y HABLANDO SE ENTIENDE LA BASCA; finalmente se quedaba extasiada ante el ruido blanco de la carta de ajuste o de la nieve sin imagen alguna -«ya están aquíííí», que diría la niña de POLTERGEIST-).


Todos llevan su lápiz de cera alojado en el cerebro. Todos interactúan en armonía. ¿Por qué tú no llevas ese lápiz? ¿Quién te has creído que eres? ¿Cómo? ¿Qué es eso del Conocimiento? ¿A quién coño le importa el Conocimiento? Nunca encontrarás tal cosa. Lo que has de buscar es la felicidad, que desde siempre ha estado reñida con el Conocimiento.

Por no llevar ese lápiz haces daño (con tus palabras, con tus actitudes, con tu desasosiego) a la buena gente que te rodea. Cometes el grave pecado de no atenuar tu yo. Difumina tu identidad, tus impulsos, tus aversiones, tus expectativas. Acepta el adiestramiento. No persistas en ser una anomalía. O acabarás en la más completa soledad llenando tus bolsillos de piedras a la orilla de la Estigia más cercana, o estallando tu cabeza frente a un campo de girasoles.

Exige ya mismo tu crayontomía prefrontal (es un derecho constitucional). Y así tus prójimos disfrutarán contigo y no te sobrellevarán con esa mezcla de pasmo y resignación. Dejarán de considerar tu identidad como una enfermedad, como un exceso, como algo que sólo puede ser admitido en muy rebajadas dosis.

No existe Ligeia. Ni Palas Atenea. Ni siquiera, bajando algo el listón, las putas de MENSA (y aunque éstas existiesen, ¿con qué ibas a pagarlas?). Sólo Lou Salomé repetida una y otra vez («¡EN ETERNO RETORNOOOOOO!», ulula el señor Patata entre morreo y morreo al caballo de Turín). Nadie te acompañará codo con codo en la trinchera del Conocimiento, sólo mariposearán al albur de su capricho y después se irán a libar en otra cabeza (esas malditas calientasabios cuyo recuerdo nos vuelve con hedor a resaca, a colillas flotando en una escupidera).

Abandona. No hay lectores. Sólo visitantes de la feria de fenómenos. Los libros son una perversión de ociosos y snobs. Sintetiza tu lenguaje, vuélvelo eseemesino (sietemesino), decelera tu actividad cerebral. Exige tu lápiz de cera YA.

O, mejor, espera un poco y, con algo de suerte, como te da por cantar en los últimos tiempos, «cuando nuestra riqueza sea tan sólo el Alzheimer, seguro que nos vemos en cualquier fiesta»...


6 comentarios:

Anónimo dijo...

Si hay algo que he despreciado -y hay un prontuario apretado de desprecios míos en esto- del ser humano, es su afán por convencer a otros, la insistente necesidad de crear grupos socializados con el objetivo de hacerse fuertes frente a los, necesariamente, otros. Los que no somos doblegados quedamos de forma instantánea marcados, estigmatizados de forma que somos reconocidos de lejos y ante nosotros hay que tomar precauciones, estar prevenidos. La estirpe de los indomables es cada vez más reducida, y ahora, de forma cruelmente ontológica, no sólo ya se nos margina, sino que cunde una indiferencia irresponsable que nos aloja en las cavernas de los innecesarios, antisociales, incluso ignorantes y desdeñados, parias económicos, etc. No te digo ya si eres mujer, si formas parte de esa intrahistoria que cultiva sus días con la inaplacable sensación de tener que conquistar (no se sabe bien el qué) y posterior resquebrajamiento de identidad (sin ser una feminista o una sufragista violenta) instalada de forma permanente en el cogote, como yo misma. Tenemos que obrar con astucia, seguramente. Cercarlo todo con muy secretas láminas de frío. Como decía Valente, pasará el vendedor voceando su estúpida nada y nada advertirá. No sé si creerme que los libros, o su lectura, son el más asombroso principio de libertad y fraternidad, como parece en ocasiones destilar alguno de tus textos (afines) ya que las realidades que yo contemplo podrían desmontar ese principio. Porque hay una realidad malsana en todo ser humano, sea lector o no, y otras muchas y variopintas realidades que pueden convencernos de todo lo contrario y hasta de lo contrario de lo contrario, y así hasta el infinito. El caso es que el conocimiento, o todo libro y todo pensamiento en él mostrado no deja de provocarnos estímulos mentales que sólo sirven para los ojos que lo leyeron o para los oídos que lo escucharon, pero nada más, sin caer nunca, eso sí, en el abismo de la memez burguesa, en donde ya nada queda por hacer, sino envejecer y morirse, probablemente del asco de la nada. No hay verdades, ni siquiera en el conocimiento, y menos verdades descarnadas. Valga este comentario como extraña y escuálida reflexión de todos los desatinos a los que nos vemos abocados por la sin razón de nuestros congéneres un día y otro, a ratos ya sin solución.

el zurdo dijo...

Como he dicho en este blog y también en la web shadowliner, al final el Futuro Salvaje nos redimirá del pozo (sin fondo pero con mierda hasta rebosar) en el que jugamos a vivir. Si no tuviese esa certeza, me resultaría demasiado horrible abrir los ojos a un nuevo día.
Ni siquiera podría, como Sartre o su gemelo antitético Céline, seguir tirando como profesional de LA NAUSEA. Me habría quitado de en medio hace tiempo: no lo hago por ese prurito oscuramente adventista de que al final Algo (seguramente horroroso para la mayoría de mis no prójimos) me alegrará el día.
Suyo en Cristo (quien dice Cristo, dice Lecter)...

Anónimo dijo...

No, no hay que matarse, al menos por ahora. Pero tampoco encerrarse en una náusea angosta, anclada en la misma mediocridad y tontería burguesa, asfixiante, oprimida y gris. Hay que mantenerse solamente alerta. Detrás, acecha siempre la muerte o el fracaso, pero también todas las posibilidades, seguramente truncadas. ¿Y qué? Tan sólo se puede ser el iceberg propio que contemplamos. En el de los ajenos no hay modo, a no ser que estallemos la quilla mientras nos vaciamos de gravedad y vicios y hundimos. Y así de perdidos estamos. Todos, al menos, todos los que no nos hemos resignado. Yo estoy ya en condiciones de asegurar que todo es parte de una espiral de mentiras y autoengaños fabulosa, y que todos los plazos del ser humano van a sucumbir, los plazos que se pueda la humanidad imponer, o los que nos imponen como fórmula estatal para destruirnos el espíritu y evitar nuestras venganzas, vamos, las venganzas de quiénes estamos en condiciones de elaborarlas y llevarlas a cabo. Tenemos que hacer como si no supiéramos, porque si nos dedicamos a transitar en los escupitajos estamos realmente abocados a un pozo aniquilante. Tengo la fe de Cristo, soy mujer y soy católica, apostólica y romana. Pero tal y como soy, Cristo no me concederá la impunidad de una salvación eterna.

¿Crees que hay vida antes de la muerte?

Yo creo que poca.

Ligeia

el zurdo dijo...

¿Ligeia, católica, apostólica y romana? ¿Qué diría Poe, su creador y víctima?
Yo creo que existe toda la vida del mundo antes de la muerte (y, luego, ya veremos -como ya he dicho en otro sitio, no me preocupa esto sino la imagen del señor Patata regado periódicamente por su hermana junto al macizo de camelias-) y que esa vida, antihumana, antisocial, la vida de Gaia, la que hace el clima cada día más anticlimático y el mundo de los alois cada vez más precario, va tomando las riendas como cada nueva víspera (EVE, en inglés -siempre me ha fascinado esa sugerente duplicidad de la palabra inglesa-) de recomienzo.
Estoy justo ahora releyendo a Drieu (GILLES), quien se sentía tan martirizado como yo por la decadencia en su derredor y buscaba compulsivamente un soplo de vida. Yo, por fortuna, ya estoy de vuelta de lo que él recorrió y sólo me quedo con la revelación final previa a su muerte antisamurai (tan burguesa, tan chabroliana, incluso hanekiana), la revelación de que el cosmos estalla en dioses mosqueteros (uno en todos y todos en uno) y en que el padrecito georgiano está más cerca de Zaratustra que el austríaco histérico de mantecosos flancos (esas caderas listas para untar que tanto inspiraban a Dalí).

Anónimo dijo...

A la piel de los mutantes les nacen duricias, parches oscuros que procuran el dolor del continuo roce. Y con esa extraña costumbre de pasar los días, nos acostumbramos a dejar que lo sensible duela siempre. La inmensa mayoría de humanos ignoran cualquier clase de dolor parecido, ninguna reflexión desoladora que destruya la esperanza, ninguna vida antes del fin, de lo contrario se verían impelados a matarse inmediatamente, no resistirían contemplarse y se verían impelidos a estrellarse contra el muro de lo insalvable. Pero no lo hacen, se refugian en decenas de miles de autoengaños, y en miles de cadenas a las que van sucumbiendo, para no matarse de repente, que sería lo más razonable. A mí se me ha esclarecido todo ahora, antes de caer en la cuenta de que apenas somos nada y que moriremos de todos modos (Dios, apiádate de nosotros) al final de la novela que vanamente protagonizamos, al final siempre morimos, por mucha astucia que pongamos, por muy alto que haya sido el grado de felicidad o desgracia que hayamos alcanzado. ¿Qué nos queda? Si no es la herida o la llaga, no sé qué es. Peor sería la cicatriz.

Poe hubiese preferido ser Dios en una mujer, no un súcubo.

Ligeira

el zurdo dijo...

La r que deforma la palabra final de tu último post ¿es errata o lapso freudiano, valga la redundancia? (Freud, otro de los cocos libados por la casquivana Lou).

No, si Poe el pobre ya tenía bastante con lo que tenía: el súcubo le tocó al señor Patata.
Ligeia, a mi entender, no es ni vampiresa ni titiritera (como se la suele entender) sino diosa primigenia. De ahí que no nos la merezcamos (ni para evocarla ni para remedarla).

El FUTURO SALVAJE (Zaius, los calamares braquiadores, el maravilloso mundo de Unabomber y tal) tendrá, por fortuna, insisto, la última palabra, la que mata todas las (falsas) palabras.