sábado, 1 de julio de 2017

SOÑANDO CON EL TITANIC (cabezadita de sobremesa)


Zzzzzapeando tras la paella de lentejas a la mariñeira (con sus alguitas, su bonito, su salsa de ostras... -bueno, ya daré la receta en otra ocasión-), quedéme traspuesto y, en esto, aparecióseme Heliogábalo con toda su pompa (de jabón) y vestido de capitán de trasatlántico. Por la rutina del tópico, empezó a interpelarme con guiños y visages (que yo confundí con Louis de Funes, pero en realidad el referente era Artaud, su evangelista): con aquellos galones y aquellas muecas me retrotraje a EL GENDARME DE SAINT TROPEZ y, transido por la vis cómica, no le pillaba el discurso. Amoscado, diose cuenta de mi zumba y cachondeíllo y deceleró su expresión hasta adquirir la prosopopeya de un José Antonio Marina dirigiéndose a una audiencia de iletrados seguidores de LA QUE SE AVECINA. No acababa de cuadrar del todo el punto al insigne filósofo/tertuliano y la cosa quedó a medio camino, con un algo a lo capitán Spaulding (por otra parte, muy oportuno dado lo "titánico" de la situación). Me explicaba paciente que ese barco era su mayor "orgullo" y que iba a durar por lo menos mil años (¿acaso las retransmisiones simultáneas de su puesta a flote en las televisiones de Carmena y Cifuentes no lo atestiguaban? -aquí no pude dejar de pensar por un momento en los momentos más náuticos de Fellini en AMARCORD y, cómo no, en Y LA NAVE VA... con ese aroma intenso a rinoceronte con diarrea-) y cómo yo era un pobre desubicado de la realidad al ver icebergs amenazando tanta imponencia desde los confines siberianos, confucianos o parsis. ¿Una nave tan fashion y guapísima de la muelte desarbolada por una cosa tan bárbara y elemental como un coscorrón de hielo? En esto, un a modo de cabeza volante de Marx en el film ZARDOZ pero en plan frappé y con los rasgos del Putin Amo se comenzó a divisar en lontananza. Como el capitán Heliogábalo, empeñado en persuadirme de mi errónea y absurda posición, daba la espalda a la proa y también al creciente acojone de la tripulación y pasaje, el barco, sin directrices, iba derechito al redentor desastre. Yo me empecé a sonreir con malicia adventista (que a mí estas cosas me ponen...). Las últimas palabras que dijo el capitán fueron de antología: 

 -¿De qué te ríes, chaval?... Que esto es muy serio... 

 Y tánto. Oh, capitán, mi capitán...



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