jueves, 2 de octubre de 2008

SEPPUKU




En "Arte y anarquía" Edgar Wind relaciona la experiencia estética con el instante del sacrificio: “Las personas que no pueden olvidar nunca lo que desean, y ejercen su propia voluntad en presencia de una obra de arte, están excluidas de la auténtica experiencia artística. La obra de arte, no menos que una verdad, exige un genuino y completo olvido del yo: actitud que repugna a muchas personas, mientras que otras la adoptan con perfecta naturalidad”. Se llegaría así a una suerte de seppuku, una muerte ritual en la que el oyente, el que contempla, el lector, se niegan y se confunden por un instante con la obra que admiran. ¿Quién recuerda, todavía, ese viejo rito?

3 comentarios:

el zurdo dijo...

Nada más antiartístico que el actual rol de la obra de Van Gogh como mercancía para los plutócratas del mercado del arte.
Especialmente si nos paramos a pensar en el fondo profundamente religioso (me atrevería a llamar místico) que tenía para el pintor dicha actividad.
Me ha venido a la mente aquello que le decía Mason Verger a la agente Starling en su primera conversación sobre que había encontrado a Dios: la dosis de anticrístico cinismo es la misma, con el agravante de que en el caso de Van Gogh y su profanación la cosa no resulta explícitamente monstruosa (salvo para una minoría hipersensible) sino normal, según la lógica de nuestro tiempo.
Los monstruos marcan la pauta del buen sentido y quienes nos asqueamos de ello somos tildados de monstruos con el beneplácito de una masa corrompida, que jamás pondrá en duda que el Emperador lleva un bonito traje nuevo.

Los ojos sin rostro dijo...

Este libro de Edgar Wind ya lo comentaste una vez en tu blog, Tiffauges, y estuve a punto de leerlo. Creo que le daré un tiento, aunque en principio me parece un poco exagerada esa tajante afirmación que hace...¿quizá sea porque estoy obsesionado conmigo mismo y jamás sería capaz de olvidar mi yo? Realmente por mi parte no veo posible ejercer mis sentidos suprimiendo la voluntad, o sin que interfiera con ellos "lo que sé".

En cualquier caso, me ha traído a la cabeza unos versos de El Caballero de la Carreta, de Chrétien de Troyes (los cita y traduce la Cirlot en Figuras del Destino, que terminé de leer el otro día):

En esto cada uno se va por su lado,
y el de la carreta piensa,
como quien no tiene ni fuerza ni defensa
frente a Amor que lo gobierna.
Y su pensamiento es de tal guisa,
que se olvida de sí mismo,
no sabe ya si es o no es,
no se acuerda de su nombre,
no sabe si va o no armado,
no sabe adónde va ni sabe de dónde viene.
no se acuerda de absolutamente nada,
excepto de una sola cosa y por ésta
ha olvidado todas las demás.
En esta sola piensa tanto
que no oye, no ve ni entiende nada.

Monsieur Tiffauges dijo...

Creo que lo que Edgar Wind reclama en esa cita se entiende un poco mejor después de leer "Arte y anarquía", un varapalo feroz a la estética occidental y la mentalidad moderna.

A Edgar Wind le preocupaba el acercamiento mecánico -y ovino- de las personas a las obras de arte, la ausencia de transformación después de la experiencia estética. Jünger habría dicho que el que recorre los pasillos de un museo y se enfrenta a obras de arte debe sacrificar parte de su substancia mágica para acceder al misterio. Edgar Wind, que cree en ese rito, piensa que la museología ha llegado a ser -en los peores casos- un sistema de espejos que impide al hombre alcanzar las fuerzas imaginativas que residen en sí mismo y en la obra de arte.

Edgar Wind persigue, a su manera, la resacralización del arte, la recuperación de la experiencia estética como mania desbordante. Y en ese contexto, con una intención compensatoria, defiende maneras de acercarse a la obra de arte que no son las dominantes, pero sin desprestigiar otras.

Gracias por la cita, hay que seguirle la pista a Victoria Cirlot. Aún no he encontrado el libro que reseñaste en tu entrada anterior, espero conseguirlo muy pronto.