jueves, 18 de septiembre de 2008

MIRADA INTERIOR

photoclaroscuro


“La mirada interior. Escritoras místicas y visionarias en la Edad Media”, obra de Victoria Cirlot y Blanca Garí, acaba de salir a la calle en una nueva edición de Siruela. Solamente el título me ha llevado a un apunte de reflexión sobre la mujer narradora de su experiencia, en un espacio de literatura auténtica que sólo se conquista cuando la letra se despoja de inercias masculinas, o lo que es lo mismo y dicho al revés, cuando puede escribir como el hombre, sin el peso de su feminidad, constreñida a veces por las diferencias y complejos que señalaba Virginia Woolf, otras por el afán de una mal entendida igualdad. Son mujeres que escriben, ajenas a ese movimiento pendular que las limita. Las protagonistas de la entrada anterior serían ejemplos contemporáneos, como aquellas medievales, de una misma secuencia.
Así se me enlazan, puntadas de un mismo hilo a lo largo del tiempo, hechos como la mística y la iluminación en la obra de estas mujeres ¿evasión de la realidad y huida por la calle de en medio?, la censura de textos (como los evangelios de María Magdalena por aquello de que los hemos citado en alguna ocasión) o la exigencia de ese cuarto propio (cuyas paredes a veces obligan a la mirada interior) de la chica de Bloomsbury. Y hacen ridícula – ¡si al menos fuese esperpéntica!- tanta letra de épica feminista a la que se le ve el plumero, esa escritura de mujeres que es la que hoy vende, y lo que es más duro, se lee. Y no tanto ya por lo que cuenta, sino a quien va destinada: no conozco hombre alguno que guste de estos best sellers; no es éste el camino de la literatura universal. En la que no obstante, no faltan evidencias (sirva Baroja) de incapacidad para asomarse al interior de la mujer. Escribir es un verbo y el verbo no tiene género.

3 comentarios:

el zurdo dijo...

Ese libro suena apetisosísimo y da de lleno en la línea de flotación de inquietudes del LUMINAR. ¿Alguien más lo controla, Tiffauges, Kleinito? Sería interesante conocer vuestros pareceres sobre esta obra.
Victoria Cirlot hablando de este tema: una visionaria (me atrevería también a llamarla mística, pero lo mismo resulta en exceso heterodoxo -aunque, por su atinadísima tarea de recuperación de la memoria y del entorno de su padre, tan ultramundano, a mí lo de "mística" no me parece fuera de lugar-) hablando de visionarias y místicas.
Magdalena, al comentar este libro me acabas de poner mis dientes de lector de una longitud vampírica.

Los ojos sin rostro dijo...

Pues no, no conocía este libro. Estuve a punto de pillarme no hace mucho otro de la Cirlot, titulado "Figuras del Destino: Mitos y símbolos de la Europa medieval". No llegué a hacerlo porque la rigurosidad de la canícula me tiene frita la sesera. Pero bueno, a lo mejor en otro de mis arrebatos wagnerianos...

En cualquier caso, a mí también me ha puesto los dientes largos este texto. Y más aún si añadimos a ello la profunda impresión que me produjo esta señora en ese flojillo documental, "La mirada de Bronwyn"

Monsieur Tiffauges dijo...

Gracias por la pista, Magdalena, no sabía que Victoria Cirlot había escrito otro libro. Lo buscaré, me han entrado muchas ganas de leerlo. Leí "Figuras del destino" hace unos meses, merece la pena seguirle la pista a Victoria Cirlot. "La mirada de Cirlot" es -salvo algún momento brillante- un desfile circense de mediocres. El documental es arruinado por escritores y artistas de segunda que hablan de sí mismos tomando a un difunto como excusa -Cirlot es el gran ausente durante la mayoría de las entrevistas-, y por un director limitado, que intenta sugerir con cortinillas de alumno de primero de audiovisual la grandeza visionaria de Juan Eduardo. Victoria Cirlot es la excepción: salva el documental. Victoria tiene ojos de emboscada. Bajo su máscara académica de medievalista, más allá de su distancia reptiliana y su estilo sobrio -se ha comentado su contención a la hora de hablar de su padre en conferencias, frente a la apertura emocionada de Lourdes, su hermana- se intuye pasión por el misterio y una nostalgia antiquísima. La misma que arrastró a su padre.