(el dedo de Singapur señala a la luna china: dicho esto, y siguiendo el consejo de Confucio, mira MAS ALLA DEL DEDO)
Hay quien se extraña de que mi atención y respeto por el campeón de la política eurasiática coincida con su presunta antimateria, la saga requeteinsular (una isla vinculada a dos islas, UK y la isla continente usaca -podríamos hablar también de la ambivalente ligazón con Japón, verdugo primero y aliado después, y con Taiwan-) de Singapur. Cuanto más profundizo en la ruptura de puentes (sacrificio de hija incluido) que supone para Dugin la iniciativa putiniana tomada desde febrero de 2022, más sigo fiel a la figura de Lee Kuan Yew y su forja de la Singapur soberana como alternativa (el país más pequeño inspirando a los más grandes) a la decadencia vaticana, ofreciendo frente a la demagogia esclerosada de la buena conciencia constantiniana la perogrullesca y siempre fresca vigencia de la meritocracia y la funcionalidad (por cierto, esto va más allá de la simple metáfora cuando LKY a finales de los 50 se inspira para combatir la infiltración comunista dentro de su joven PARTIDO DE ACCION en el método de elección de notables que él contempla de primera mano -durante un viaje turístico al Vaticano- en la elección de nuevo pontífice tras la muerte de Pío XII -aquí literalmente estudia y adopta métodos de elección y de captación de adeptos desde la consideración genial que los comunistas no hacían en su isla sino copiar las tácticas que el cristianismo había usado desde siglos y que, para anularlos, esas tácticas podían ser eficaces-: situar a la Iglesia Católica al nivel de herramienta es muy similar a lo que hará Deng con el capitalismo occidental tomando precisamente como resorte la experiencia previa desarrollada en Singapur). En realidad, tanto Dugin como LKY son popes/estadistas que oran y golpean con el mazo (uno al Dios heredado de Bizancio -el mazo en su caso sería su apuesta por Putin como gestor- y el otro al Cosmos confuciano). Ahora estoy feliz de haberme topado con un ensayo que explica punto por punto las claves de Singapur: Occidente como herramienta y los valores asiáticos (extremoorientales) como credo. Singapur tiene sentido como impronta para la China postmaoista, única entidad capaz de acabar con Occidente como tierra de ocasos y de recuperarlo en lo mejor de sí, en nombres como De Gaulle o Nixon o nuestro Carrero, todos ellos asumidos o convergentes con la dinámica de ORDEN Y LEY, en esa prioridad, que supuso la construcción de Singapur. Autoridad como imperativo por necesidad y supervivencia, ejercida como arte y no como capricho encubridor de inseguridades. RAZON DE ESTADO en el sentido más afortunado de la expresión. Y es ese Singapur como coach de China lo que vincula a Eurasia, porque en el combate contra el atlantismo disolvente la Tercera Roma no podrá vencer sin el concurso chino. Se vio en los 80 y ojalá no lo volvamos a ver (por un choque, en estos momentos impensable pero siempre latente, entre un exceso fundamentalista de Moscú y el pragmatismo militante de Pekin). No se concibe la tentacular y sedosa expansión de China concibiendo el planeta todo como su nueva muralla defensiva (algo que también iniciaría Singapur cuando, al ser expulsada de Malasia en el 65 y no poder ser el entorno inmediato su hinterland, LKY decidió que el mundo sería ese hinterland: la dinámica tentacular de la isla/estado inspirará la estrategia sedosamente global del renovado Imperio del Centro), sin las enseñanzas que Deng decidió tomar de la diminuta ciudad/estado (heredera de otras, tan cercanas a nosotros por mediterráneas y bizantinas, en el Adriático y el Egeo). Y nunca olvidemos que toda la secuencia se puso en marcha cuando LKY sugirió a Nixon a mediados de los 60 la idea de aproximarse a China aprovechando sus desavenencias de entonces con la URSS. Si Nixon y Kissinger no hubiesen aceptado el reto, Deng sería un cuerpo más apilado en la pira demente de la revolución cultural y de la Banda de los Cuatro y China tan destruida y destructora como Irak o Afganistan pero a una escala muy superior en cuanto a daños.
En este libro se deja muy claro que la China de hoy sería inconcebible sin la figura de LKY. Y su positiva influencia tiene más que ver con el sincretismo perogrullesco (confuciano) que con los clichés truculentos heredados de la guerra fría y del atávico racismo antiamarillo de los imperios coloniales. Es China la que permite a Putin ir despegándose de Occidente como fatalidad y plantearse nuevas perspectivas más ORIENTADAS a un universo propio, un universo a recuperar y no un modelo ajeno impuesto como trágala. La astucia amarilla tan temida por los anglosajones es en realidad la que permite a LKY encamarse con UK y USA sin perder en ningún momento la iniciativa. Esa lección es la que da empuje a la China de hoy, más providencialmente despierta que nunca frente a un Occidente intoxicado por sus delirios terminales de supremacía impotente.
«Acabando la década [de los 90], alguien del mundillo “nacional” (no recuerdo quién pero creo que debía de ser afín a ese tránsito de “nacionales” hacia el PP so capa ND metapolítica que propició el clan universitario villapalista) me dijo algo (“la singladura de la China que supera las convulsiones de la Banda de los Cuatro y también, con Tian An Men, el peligro contrario de liquidacionismo perestroiko me hace pensar en una versión king/size de una España en la que Carrero no hubiese muerto, no hubiese habido las convulsiones bunkerianas tardofranquistas, y se hubiese pasado de la dictadura a un sincretismo reformista, si se quiere, una democracia tutelada por el Movimiento desde presupuestos más tecnocráticos que nostálgicos”) que me marcaría bastante para retomar mi interés por la China surgida de las reformas de Deng. Y es a partir de la segunda década del presente siglo/milenio, cuando tengo cada vez más claro que China será el nuevo referente planetario, como empiezo a priorizar la gestión sobre la ideología, a ser profundamente crítico con “lo azul” y a interesarme por el desarrollismo franquista (incluidos los Servicios de Inteligencia propiciados por Carrero o el monopolio opusino de la investigación científica) y por toda una serie de nombres, bien muertos o defenestrados (Díez Alegría, Herrero Tejedor, López Bravo), que podrían haber hecho mejor compañía a Suárez (a quien sigo viendo, pero en una realidad paralela más fiel a sus orígenes, como portavoz de la Transición -de OTRA Transición-) que el maquiavélico Torcuato “al servicio de los borboneos juancarlistas” (borboneos que, a la larga, sobre todo en el terreno de la administración territorial y de la pérdida de valores socioculturales, acabarían resultando profundamente tóxicos). Hoy China, con su aura de alien veterotestamentario que incidirá justicieramente sobre la Sodoma occidental, me reconforta como providencia: la catalsis plometida. Una anécdota tan expresiva como que Orban, el regeneracionista húngaro, abra las puertas a una universidad vinculada a Pekin como sustituta de otra vinculada a Soros ejemplifica que, más allá de lo estrictamente comercial, el peso chino y su interactuación con los enemigos de la tonterida entra cada vez más en lo metapolítico. Por fortuna.»
(AUTOCITA A MODO DE CODA)