Un dedo señala la luna. Dos sujetos miran el dedo y no la luna. Desde la idiotez uno no puede evitar actuar así. Pero el otro no es idiota: tiene posibilidad de elegir. Y elige (por comodidad, por cobardía, por ¿pragmatismo? nanoplacista) lo mismo que el idiota. Al final ambos perderán: la inocencia del idiota y la mala fe del estrucio acabarán igualmente trituradas por la ley de hierro de LA TIERRA PARA QUIEN SE LA MERECE. Porque una tierra cuyos habitantes no se la merecen siempre acabará a merced de otros que le sepan sacar más provecho.
No hay comentarios:
Publicar un comentario