Escritura rimando con sinecura (santidad farisaicamente refrendada en vida por las autoridades pertinentes) no me interesa.
Escritura como imperativo agonal (santidad entendida en vida como carne de hoguera heresiarca por las autoridades pertinentes) sí me llama la atención. Rezo a dos mujeres tan moebianamente contrarias (esto es, tan moebianamente gemelas) como Juana de Arco (camarada de Gilles de Rais) y Simone Weil (sin camarada equivalente, porque Bataille la traicionó como testimonia en EL AZUL DEL CIELO -al tiempo que pretendía emularla/contradecirla con sus juegos suicidas de L'ACEPHALE-).
Atiendo más a Céline (el inmundo prófugo, el Cristo blasfemo que pone en evidencia con su mero existir a tantos anticristos travelizados de lo contrario -a fin de cuentas, ese rollo travelo es la esencia engañadora de lo anticrístico-) que a Gerardo Diego (esa esfinge académica). Atiendo más a Cirlot (tan cercano a Destouches -al Destouches de los ballets y de los ensueños medievales exudados entre sus páginas más febrilmente incorrectas- y, al tiempo, tan arcano -frente a la ostentoreidad incorrecta del francés- por esa capa constante de invisibilidad kafkiana) que a Luis Alberto de Cuenca (yuppie de la poesía, quien siempre será para mí el sujeto engominado que, con su más desdeñosa expresión "high brow", descalificó a mi entrañable Aquilino Duque -"OH, ESE FASCISTA"-).
Yo alguna vez fui escritor (porque así se me refrendó cuando se me consideraba un "hallazgo" por los catadores titiriteros) y ahora he descendido en rango a mero grafómano (tras años, lustros, décadas como objeto de reprobación, la vuelta de tuerca final, irreversible, como "juguete roto" -algo que, por otra parte, yo llevaba tiempo palpitando en esa identificación mía con el kippelizado JF Sebastian-).
Y, sin embargo, desde mis catacumbas cotidianas, sigo con mi periscopio asomándome al exterior y disfruto. En mi calidad de testigo de un cambio de ZEITGEIST, contemplo el hundimiento de aquellas autoridades que tan arbitrariamente me hundieron y que cada día son menos pertinentes. No se trata de pasar ninguna mezquina factura material (entre otras cosas, porque no hay factura material suficiente que cubra los bidones de quina y de inquina que me obligaron a tragar desde hace más de cuatro décadas): es la satisfacción de sentir algo mucho más trascendente, QUE LA REALIDAD (hay quien la llama RAZON) ESTABA DE MI PARTE.