Vivir en horas bajas no es nuevo en mí. Y no, no voy a
escribir un post agónico de esos en los que narraba antaño, en mi viejo blog,
mis vicisitudes mentales. Pero es que lo puedo enlazar y lo enlazo, con la
situación de agonía, menosprecio y falta de decoro —esa palabra que tanto gusta
al aglutinador y maese de todo esto— que realmente en los escasos momentos que
bajo a la realidad del país, no de chiste, ni esperpéntico, sino de tienda de
todo a 100, donde nada tiene ni puta gracia. Trabajo y medito sobre mis cosas,
apenas veo alguna noticia y no me importan demasiado los trapicheos, ya sean en
los grandes salones o en círculos de barrio de los que quieren ganar, ganar,
ganar y ganar. Si tanto lo quieren tanto —esto de ganar— que vayan al programa
de mi admirado Jordi Hurtado. Por muchos reinos de cristal donde habite mi
imaginación y mi concentración se centre en hacer el trabajo diario afanado
como buen chico trabajador el mundo me rodea. Vivo en una villa que podía —lo
es en cierta medida— ser un oasis, ese Adorable Pueblecito de la película. Pero después todos hablan de lo mismo. Fútbol,
política y otros lugares comunes desagradables. Hay gente que piensa que los
lugares comunes siempre son malos, y no es así. Los gatitos, las caídas
graciosas, hablar de comida son ciertamente lugares comunes, pero todo está más
diversificado y no se cae en las corrientes más caudalosos. Pero es parte del
mundo y el mundo es aburrido. Aburrido porque hay gente pesada que no para de
hablar siempre de lo mismo y siempre de distintas cosas (la última ocurrencia
de algún farsante suele ser el detonante).
Quiero huir en vida sin moverme del sitio, busco ese centro de gravedad permanente
que cantaba Battiato, sin cambiar lo que pienso de las cosas y de las gente,
pero parafraseando a otro lugar común del descontento, la imposibilidad de
encontrarlo —el centro de gravidad— y otras cosas demuestran que este mundo
gire sobre un eje podrido. O mejor, lo enrobinamos nosotros con nuestro hedor a
humano.
Y es así como ese odio, ese odio sutil, amargante, que mascas con la saliva y
se queda en la garganta como un espárrago que hace bola, esa rabia inútil —pues
nada podemos cambiar los individuos imbuidos en este oscuro mecanismo—, esa
rabia nos destroza por dentro. Y afecta a todo, y hace calor y todo es un
feedback de malas decisiones tomadas de antemano.
En fin.
Que esto acabe pronto.
1 comentario:
Aquí estuviste sembrado.
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