sábado, 27 de junio de 2015

Saturni melancholiae

Vivir en horas bajas no es nuevo en mí. Y no, no voy a escribir un post agónico de esos en los que narraba antaño, en mi viejo blog, mis vicisitudes mentales. Pero es que lo puedo enlazar y lo enlazo, con la situación de agonía, menosprecio y falta de decoro —esa palabra que tanto gusta al aglutinador y maese de todo esto— que realmente en los escasos momentos que bajo a la realidad del país, no de chiste, ni esperpéntico, sino de tienda de todo a 100, donde nada tiene ni puta gracia. Trabajo y medito sobre mis cosas, apenas veo alguna noticia y no me importan demasiado los trapicheos, ya sean en los grandes salones o en círculos de barrio de los que quieren ganar, ganar, ganar y ganar. Si tanto lo quieren tanto —esto de ganar— que vayan al programa de mi admirado Jordi Hurtado. Por muchos reinos de cristal donde habite mi imaginación y mi concentración se centre en hacer el trabajo diario afanado como buen chico trabajador el mundo me rodea. Vivo en una villa que podía —lo es en cierta medida— ser un oasis, ese Adorable Pueblecito de la película.  Pero después todos hablan de lo mismo. Fútbol, política y otros lugares comunes desagradables. Hay gente que piensa que los lugares comunes siempre son malos, y no es así. Los gatitos, las caídas graciosas, hablar de comida son ciertamente lugares comunes, pero todo está más diversificado y no se cae en las corrientes más caudalosos. Pero es parte del mundo y el mundo es aburrido. Aburrido porque hay gente pesada que no para de hablar siempre de lo mismo y siempre de distintas cosas (la última ocurrencia de algún farsante suele ser el detonante). 
Quiero huir en vida sin moverme del sitio, busco ese centro de gravedad permanente que cantaba Battiato, sin cambiar lo que pienso de las cosas y de las gente, pero parafraseando a otro lugar común del descontento, la imposibilidad de encontrarlo —el centro de gravidad— y otras cosas demuestran que este mundo gire sobre un eje podrido. O mejor, lo enrobinamos nosotros con nuestro hedor a humano.
Y es así como ese odio, ese odio sutil, amargante, que mascas con la saliva y se queda en la garganta como un espárrago que hace bola, esa rabia inútil —pues nada podemos cambiar los individuos imbuidos en este oscuro mecanismo—, esa rabia nos destroza por dentro. Y afecta a todo, y hace calor y todo es un feedback de malas decisiones tomadas de antemano.
En fin.


Que esto acabe pronto.






1 comentario:

surcos dijo...

Aquí estuviste sembrado.