jueves, 2 de octubre de 2014

REFLEXIONES A PARTIR DE UNA CITA DE MAMET


“El hábito de una atención aguda y constante puede verse en los animales sin recursos, sin posibilidad de pelear, sin margen para el error. Es el hábito de quien depende por completo de los caprichos y la buena voluntad de su entorno. Es el hábito del niño. Históricamente, es el hábito del judío.” (DAVID MAMET)

Desde el principio de los tiempos, la sempiterna condición de víctima de Israel se difumina en los contados pero notables momentos en que ha detentado el poder (en las épocas anteriores al estado sionista, las diatribas de Simone Weil son bastante pertinentes para quienes en el colegio éramos atentos lectores de la Historia Sagrada, tan llena de excesos hemoglobínicos -con el caudillo Josué a la cabeza-; para lo posterior y sus inmediatos y muy turbios prolegómenos, las miradas –tensas, al borde de la hernia, entre una cierta justificación tribal y el imperativo de objetividad- de Hannah Arendt o -mucho más implacables y pesquisidoras, desde la seguridad del comunismo transmutado en izquierda primero cristiana y luego islámica- de Roger Garaudy, a lo que sumar los noticieros -que dejan en pañales ambas miradas- repletos de sangre colateral provocada por Tel Aviv y de juegos dignos de Frankenstein con el radicalismo islámico –Hamas, primero, o después el mucho más salido de madre Estado Islámico- por mor de una metástasis patológica de la necesidad de ¿autodefensa?).

Sólo a través de la creación cimentada en experiencias reales y expresada con más desparpajo que farisaica solemnidad, desde el niño que fui y que describe Mamet en su frase, puedo empatizar al dedillo con lo judío (que, en parte, al menos por la familia materna de mi abuelo materno, me toca desde la rotundidad prosaica de las genealogías y los mecanicismos del adn, más allá de abstracciones espirituales y judaísmos honorarios a lo Chaplin –esta rotundidad prosaica la tuve clarísima cuando descubrí el parecido entre los rostros ajados y las miradas gordas de mi madre y de la cantautora judeoargentina Mª Elena Walsh-): pienso en el ADAM RESUCITADO de Paul Schrader o en EL PIANISTA de Polanski o en este Mamet siempre inquieto y amigo de tener un arma cerca. No pienso en todo lo que yo detecto como uso frío y calculado del llamado Holocausto como patente de corso para ulteriores desmanes compensadores de los agravios sufridos: la usura nunca me parecerá bien aunque se haya pasado de considerarla un mito surgido de la mente calenturienta de un Streicher o de las obsesiones económicas de un Pound a la franca admisión, sí, pero como rasgo identitario y, por tanto, derecho inalienable (al punto de que criticar en profundidad prácticas económicas usurarias hoy –tan lejos de las contestaciones anteriores a la postmodernidad- puede ser visto en sí como un a modo de criptoantisemitismo, según algunos chantajistas morales); o en el funcionamiento de Israel como estado/cuartel colonial con una apariencia democrática formal no es muy diferente de la antigua Sudáfrica del apartheid pero más sofisticado en su maquillaje (no en vano el judío siempre será más agudo y sibilino en sus proyectos de afirmación territorial que el cazurro boer –existe el Tel Aviv pródigo en bombardeos colaterales y en paradas gayers, cosa que la mucho más puritana y primitiva comunidad afrikaner no llegó a plantearse, optando volcar sus energías por ese barroco despliegue de estamentos y taxonomías hasta casi el infinito en que ubicar a su población y que siempre chocó con el muro de los mestizos, que ponía en cuestión toda la presunta lógica del invento al no concebirse un bantustan para mestizos salvo como cuadratura del círculo-) y los primeros en reconocerlo fueron los mandatarios israelíes en sus fluidas relaciones con Pretoria así como analistas afines como el gran gurú atlantista Raymond Aron cuando justificaba a ambos regímenes bajo el jeremíaco (y un tantico paradójico –orwellianamente paradójico si nos atenemos a sus poderíos fácticos y económicos-) calificativo de estados paria (condición vinculada al aislamiento internacional en un mundo aún ajeno al NOM donde existía una URSS beligerante y un potente grupo tercermundista de países no alineados).

No creo en el valor moral (sólo hobbesiano, sólo válido desde una estricta lógica de la fuerza y del poder –ahí, sí, perfecto, nada que objetar-) del derecho compensatorio a ser por parte de la víctima tan hijo de puta como el ofensor: sea en clave judía o en clave feminista (el binomio de promiscuidad heterosexual femenina bien empapado en misandria –gemelo a la inversa de los impulsos que mueven al machista maltratador y putero- no me parecen en absoluto ejemplares ni vindicativos ni paritarios ni discriminadamente positivos sino tan aberrantes como su moebiano clon) o en cualquier otra clave. La eterna moraleja balcánica del ARRIERITOS SOMOS: AHORA ME PUTEAS TU, PERO YA ME TOCARA A MI DENTRO DE UN TIEMPO TOMARME LA REVANCHA tiene sentido asumida con la exacta honestidad del salvajismo en su eterno retorno pero desde luego sin adornos morales ni estupendeces de buena conciencia. Cada nuevo muerto colateral en Gaza, cada orgía de cuarto oscuro viendo por tv cómo se bombardea al enemigo es una ofensa, antes que a nadie, a las víctimas del llamado Holocausto. Porque las va vaciando de su sentido en un toma y daca en que el sufrimiento inolvidable se vuelve slogan mercadotécnico y moneda de cambio.

Si los judíos estuviesen todos más cerca de la dinámica creativa o de la puntual vocación (incluyendo la economía -pero como aventura de realización con un fondo comunitario y no como patógena metástasis solipsista-) que de las tentaciones de emular los excesos hobbesianos de sus antiguos opresores, tal vez se rompería de una vez este nudo gordiano de pendulazos catastróficos por dar y por recibir.

Acabo con una cita del pensador favorito de Mamet:


“De todas las cosas despreciables que existen, la más despreciable es un hombre que aparece como sacerdote de Dios y es sacerdote de su propia comodidad y ambiciones.”  (THORSTEIN VEBLEN)


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