Todo ha surgido en mi cabeza una
mañana de lunes. Esto es un dato irrelevante.
Colocaba los blancos en la imprenta y he empezado a darle vueltas a un poema
que escribí hace mucho tiempo. Más que al poema en sí —que era una mezcla de
referentes infantiles a las Estepas del Asia Central tamizado por la depresión
y la nostalgia— es el tema de lo que trata sobre lo que rumiaba, que se puede resumir en estos versos de dicho
intento poético:
[…]
y me ha hecho recordar
vidas pasadas
reencarnaciones ficticias
de mí mismo.
vidas pasadas
reencarnaciones ficticias
de mí mismo.
[…]
En este caso, el recuerdo era real. Colocar los blancos y distribuirlos
en los chibaletes es una acción de aprendiz de tipógrafo que de niño era
habitual que hiciese. Los sábados por la mañana. Pero mascando, mascando he
llegado a recuerdos que no son del todo ciertos, que se mezclan con el mundo
del sueño, la leyenda o la mera invención infantil.
Y es lugar común, no nos engañemos, que nos autoengañemos —y valga la redundancia— con este tipo de florituras mentales. Hay poemarios que así se llaman, libros, blog. Recuerdos inventados. No fui el primero, ni el último en utilizar dicha expresión. Para inventar recuerdos no es necesario ser imaginativo, ni fantasioso, sólo que el cerebro quiera copiar o pegar a la carpeta RECUERDOS un archivo nuevo o modificado. Lo puede introducir en cualquier momento, al igual que recordamos cosas de las que nos habíamos olvidado y que estaban debajo de estratos de tiempo y olvido. Los más tendentes a la fantasía, como el menda, pues mezclamos sueños, cosas que se nos ocurren e incluso las que escribimos, que a través de una retroalimentación extraña acaban siendo otra vez puesto en un —figurado— papel. Haciendo un placentero ejercicio de languidez onírica, interiorizamos cualquier chorrada que se nos ocurra en nuestra puta cabeza. Pero aún disfrutando, sabemos que no es verdad; poco importa. Nos regocijamos pensando ―en mi caso― que dormitamos en el Club Diógenes o que recorremos enormes distancias viendo maravillas... abismos insondables, escarpadas cordilleras, animales de bestiario de monasterio o nieves eternas donde moran los terribles Mi-go. Este autoengaño evasivo, no significa una huída de la realidad; es más bien una forma de dar interés a nuestro pasado, aunque nunca confesemos, aunque nos lo guardemos como oro en paño. Es un juego intelectual con nosotros mismos.
Y es lugar común, no nos engañemos, que nos autoengañemos —y valga la redundancia— con este tipo de florituras mentales. Hay poemarios que así se llaman, libros, blog. Recuerdos inventados. No fui el primero, ni el último en utilizar dicha expresión. Para inventar recuerdos no es necesario ser imaginativo, ni fantasioso, sólo que el cerebro quiera copiar o pegar a la carpeta RECUERDOS un archivo nuevo o modificado. Lo puede introducir en cualquier momento, al igual que recordamos cosas de las que nos habíamos olvidado y que estaban debajo de estratos de tiempo y olvido. Los más tendentes a la fantasía, como el menda, pues mezclamos sueños, cosas que se nos ocurren e incluso las que escribimos, que a través de una retroalimentación extraña acaban siendo otra vez puesto en un —figurado— papel. Haciendo un placentero ejercicio de languidez onírica, interiorizamos cualquier chorrada que se nos ocurra en nuestra puta cabeza. Pero aún disfrutando, sabemos que no es verdad; poco importa. Nos regocijamos pensando ―en mi caso― que dormitamos en el Club Diógenes o que recorremos enormes distancias viendo maravillas... abismos insondables, escarpadas cordilleras, animales de bestiario de monasterio o nieves eternas donde moran los terribles Mi-go. Este autoengaño evasivo, no significa una huída de la realidad; es más bien una forma de dar interés a nuestro pasado, aunque nunca confesemos, aunque nos lo guardemos como oro en paño. Es un juego intelectual con nosotros mismos.
(Los) 4 fantásticos ejemplos |
Cuando se abusa mucho de
esto, del recuerdo inventado, subimos al grado de Antoñita la Fantástica,
seres humanos que se regocijan en sus fantasías con delirios de grandeza y
grandes dosis de pamplinismo. La mayoría de las veces el síndrome Ana Obregón
viene determinado por los deseos de medrar y ascender puestos en la pirámide
social. Después hay otros que reinventan pasados para molar más. Simplemente
con una exageración aquí, una mentirijilla por acá se les queda el currículum
del malditismo muy apañaíco. Casos tan
sonoros como Robert Zimmerman o Charles Bukowski son un ejemplo.
En Hollywood lo hacían con muchas de sus estrellas; aunque muchas veces era
para tapar más que para fardar; Errol Flynn debe saber en su tumba de lo
que hablo ahora. Hasta aquí los recuerdos inventados no son demasiado
perjudiciales, o como mucho, a la salud mental del interfecto.
Digo mentirijllas, jijiji |
Si echamos el órdago a la
grande, la parte negativa de los recuerdos inventados es cuando los inventan
por ti cualquier avispado, cualquier régimen sociopolítico, cualquier
maquinaria de poder. ¿Eso es posible?
—se preguntarán los más inocentes— ¿cómo
se hace tamaña empresa? Es sencillo. Muy sencillo. El hombre es una especie
esponja del autoengaño. Y es el lugar común del que hablaba antes, presentado
con una bella etiqueta en el tarrito de las esencias concentradas. Como decía (o dicen que decía) nuestro amigo Josephito G. «una mentira repetida muchas veces se
convierte en verdad». Memorias históricas vendrán, que bueno te harán. Revisionismos locuelos
que inventan recuerdos masivos. Es más fácil con la masa, claro. La masa es
informe. La gente se lo traga todo; y
las personas, ¡ay, las personas! La mayoría de las veces sienten tal vacío que
se cogen a clavos ardientes como la puerta del Infierno. Algunas personas, los
más escépticos, lo dudan todo, y hacen bien, pues la duda, como decía Sagan,
fue la primera virtud de la Humanidad. O sea, ser desconfiado es una buena
disposición. Pero otros, aquellos que creen que piensan por sí mismos porque
escudriñan muchos puntos de vista, no hacen sino elegir corrientes únicas de
pensamiento encubiertos en libertades de expresión y democráticos discursos
timoratos, tratando de enmascarar su odio en mera rivalidad. ¡Con lo bonito que
es un buen odio! A esos le meten los recuerdos inventados, los datos
inexistentes y lo que nunca ocurrió como verdad absoluta de la manera más
tonta. Volvemos a la repetición. Hay quienes pondrían su mano en el fuego por
cosas que ni hemos visto, ni constatado, ni son explicaciones lógicas de nada.
La reescritura de la historia, que era a lo que se dedicaba nuestro querido Winston
Smith en 1984, es un hecho.
Reescribe, Winston, reescribe, que para eso soy Richard Burton |
Los listos dirán que pasa en Corea
del Norte, viendo la paja en el ojo ajeno. La viga en el propio se
convierte en razones de pesos y explicaciones de que era necesario para salvar
la democracia —esa entelequia que no sabemos lo que es pero que es muy gloriosa
y perfecta, y que hemos de velar por ella hasta la última gota de nuestra
sangre— del eje del mal. Los que me conocen sabe que la política es una cosa
que me repugna hasta unos límites insospechados, pero el ejemplo más palmario
de ¡vamos a inventar recuerdos sobre la marcha! fue la denominada Transición
Española y el libro al que dio lugar. Un libro que casi nadie ha leído y
que es de bien nacidos proteger como si nos fuera la vida en ello: la
Constitución. Un libraco que en su versión guapa de pendolista tiene el
escudo del águila imperial —otro de esos recuerdos inventados sobre los cimientos
de la verdad, eso del Imperio—, y que hoy algunos dirían
anticonstitucional. Es tan anticonstitucional que viene en la Constitución.
Vale. Y no es que me agrade más o menos tal escudo, pues para mí las banderas y
los escudos forman parte de esos recuerdos inventados que deberíamos mover a la
Papelera de Reciclaje de nuestra razón. Desconfiar de todo tampoco
significa ser conspiranoico, sino aplicar las meras nociones básicas del método
científico. Pero nadie es perfecto. Todos caemos en recuerdos que nos han
inculcado a través de ese ente difuso llamado tradición, que engloba la
idiosincrasia de los pueblos más que sus tertulianos y sus próceres, más que
sus libros y jurisprudencias. La gente necesita este artesonado para articular
sus vidas sin sentido. Las personas, que aún viendo que la vida no tiene
demasiado sentido, acogemos las tradiciones —sobre todo las gastronómicas— de
buen grado, pues la tradición, al basarse en la repetición de la costumbre, no
deja de ser un recuerdo que se aviva cada día, y al que nosotros le podemos
aplicar un poquito de nuestra invención, santificando paellas o simplemente
recordando con nostalgia la comida que hacía la gente que no está con nosotros.
Aunque si les digo la verdad no sé si eso es invento o realidad, o acaso se
encuentra entre los dos mundos, como todos los mitos que en el mundo han sido.
El material con que están hechos los sueños, de tan perfecta. No, no es un halcón maltés, es un águila anticonstitucional que viene en la primera página de la Carta Magna. |