No hace mucho, en la tertulia de Radio Santoña, preguntado sobre los cabreos regios con la prensa y sus angustias draculinas de que le quieran clavar una conífera en los abdómenes, me limité a declarar que, considerando a Juan Carlos I un traidor sin justificación posible al anterior régimen que lo entronizó (traición que habría tenido sentido si lo hubiese hecho por los intereses del pueblo y no por los suyos propios) y también a su tarea como árbitro (al mostrar de manera contumaz parcialidad por el partido que ha mangoneado de manera más corrupta este país, en detrimento de los otros dos presidentes electos -Adolfo Suárez y José Mª Aznar, bastante menos nocivos tanto en sus intenciones como en gestión que Felipe González y, ya no digamos, que el patológico ZP-), pues sus angustias me importaban exactamente lo mismo que las de Belén Esteban o las de Julián Muñoz.
Hace un rato me he topado en Facebook con un hilo de Reimon Albert a cuenta de la desnudez del rey, redundando en buena medida en ese sabor a ceniza que hoy por hoy deja la monarquía en todo españolito con un mínimum de vergüenza y decoro. Aprovecho este detonante para explayarme sobre mis reyes.
Durante mucho tiempo me he sentido más cercano a los Austrias (a Carlos I y a Felipe II, se entiende -los pasmos y taras subsiguientes no me resultan en modo alguno estimulantes-) que a los Borbones, dinastía esta que considero absolutamente de ocupación y cuyas figuras menos funestas (el melancólico Fernando VI y el hiperactivo Carlos III) las valoro en sus intenciones de redimirse de su karma foráneo y satélite de Francia; en cuanto al resto, la constante de confundir el país con un cortijo/picadero/patio de juegos de desgobierno despóticamente torticeros, que llega a su culminación con la situación actual, pues me reafirma en la maldición borbónica que ha acabado por cargarse España.
Monarcas con buena voluntad, abiertos al progreso (en el sentido más honesto y positivo del término, sin connotaciones despóticamente ilustradas), con una visión no coercitiva de la unidad de España y empatía con quienes jamás considerarían súbditos sino ciudadanos, la verdad, solamente los encuentro en algunos pretendientes de la saga carlista como don Jaime, don Javier y su hijo Carlos Hugo (junto con sus hermanas y esposa, principal dinamizador durante el franquismo de lo que acabaría llamándose Partido Carlista -formación política hoy meramente testimonial en cuya doctrina, sin embargo, hay no poco de lo que podría, en plan constituyente, posibilitar un reencuentro entre las partes de una península agónica en lo político, arruinada en lo económico y fraccionada en lo territorial-).
Y yendo mucho más atrás, si Castilla hubiese mirado hacia el Atlántico y no hacia el Mediterráneo, con la hija de Enrique IV, Juana (la mal llamada Beltraneja) unida a Portugal, y no la hermana, Isabel, asociada a Fernando de Aragón (el sujeto sin escrúpulos que inspiró a Maquiavelo su obra EL PRINCIPE -otros levantinos, los Borja, llevarían el maquiavelismo en la vecina península itálica a sus más despiadados extremos: pasan los siglos y nada parece cambiar por esos pagos en cuanto a rapacidad y cleptocracia-). Si Cataluña, Valencia y Baleares hubiesen seguido su camino fundiéndose con lo italiano, tal vez Castilla, la cornisa vascocantábrica, la franja galaicoportuguesa y la proyección meridional andaluza como puerta natural de mestizaje hacia Africa (como soñaba Ganivet frente a la maldición de la febril burbuja americana -que tanto daño supuso para España, como la obsesión americana de Kruschev mucho más tarde llevaría a la URSS a una tremenda carga económica y embrollos geopolíticos a propósito de Cuba que jamás se habrían aceptado por el eurasiatismo estaliniano-) habría sido mejor para colonizadores y colonizados (un continente africano con una mayor presencia ibérica pudiera haber sido algo más fecundo y menos moridero y corazón de las tinieblas).
Todo ucronía, sí, pero, cuando España hoy es ya sólo un cadáver corrompido, acudir a la memoria de reyes y reinas que no llegaron a consumar su destino, atender a figuras con más empatía, honor y buena fe que los que tuvimos que sufrir por arbitrariedad foránea hasta llevarnos al máximo desarraigo y dislocación de nuestra entraña, evocar intuiciones, intenciones y proyectos más cargados de regeneración que de mero dominio, en los momentos actuales de reconstitución entre los escombros quizás sea lo único cabal, lo de veras VIGENTE.
5 comentarios:
Desde mi ignorancia y para aprender, ya que se nota que es uno de tus temas: ¿Cómo sería la España de hoy si el rey hubiera sido de la linea carlista? ¿En qué se notaría principalmente? (ya sé que la pregunta es odiosa y de contestación larga, pero internet impone sus condiciones, y a veces resumir resulta didáctico)
Un saludo. Zarafin.
Pues te remito a su ideario: dale al link de "cuya doctrina".
También te copypasto una consideración que he dejado hace un rato en el blog de Carlos Tena, en respuesta a su "Pobre Carlos Hugo, se fue antes que su primo.":
"Y, como la salida de Suárez también por esas fechas, no se sabe bajo qué oscuras presiones (CH era pretendiente al trono y lideraba un partido de centroizquierda, federalista y bastante conectado con el vasquismo, a lo que añadir el empuje notablemente izquierdista a la sazón tanto de su mujer, princesa holandesa, como de su hermana Mª Teresa “la princesa roja”. Mosca cojonera para Juancar, que, en ese año se quitó de encima a un presidente del gobierno que no tenía madera de títere y a alguien más reivindicativo que corrupto que le disputaba la real silla -tras el sangriento precedente del Montejurra 76, creo que CH no dejó colgado a su partido, como algunos le reprochan, sino que intentó evitar algo seguramente tremendo, en plena euforia de golpes y megagolpes, con o sin corona por medio-)."
No me cabe la más mínima duda de que si la dinastía carlista hubiera reinado, Las Españas, hoy se habrían convertido en un estado federal, donde no existirían las tensiones centrífugas con un sistema político más representativo para los ciudadanos y con un modelo económico sostenido y sostenible.
Posiblemente estaríamos ante un "Estado a la Suiza".
Salud y Amistad
A partir de don Jaime, la mala sangre borbónica de corrupciones y despotismos parece redimirse en la saga carlista. Hoy, en los hijos de Carlos Hugo e Irene apenas si debe de quedar. Son otra galaxia. Supongo que cuando pisen este estercolero borboneado por su campechano "tío Juancar" deben de sentirse como en Zimbabwe (con perdón para Mugabe, que, sin ser una alhaja precisamente, me parece menos corrupto que los de aquí).
En los hijos de Don Carlos Hugo pervive no solo el ideal de esa insurrección permanente que es el carlismo, sino también la esperanza de muchas cosas.
De hecho, el primogénito de Don Carlos Hugo, don Carlos Javier de Borbón Parma ha asumido generosamente su compromiso con el Carlismo y con las Españas, y digo y recalco muy alto lo de generosamente porque sin duda alguna una persona de las carácterísticas de don Carlos Javier no tiene necesidad de complicarse la vida.
Una persona así, que pudiendo vivir comodamente, decide complicarsela con una causa que ahora mismo no tiene ni un solo diputado, es porque esta embuído de un enorme espíritu de sacrifio y de un férreo ánimo de servir, que no de servirse.
Por otro lado habla usted de don Jaime pero hay que recordar y reivindicar también a Don Carlos VII que fue en las cortes europeas un cisne entre gansos.
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