La reescritura de las cosas que
han ocurrido es tan antigua como la propia historia. Incluso ya antes de que
existiesen mentes maquiavélicas, el registro fósil y su entorno hacen
triquiñuelas para falsear lo que se ve a primera vista y hay que rascar más
—esto es deformación profesional—. Eso de que la historia la escriben los
ganadores es un poco así. Los perdedores, si es que han sobrevivido, también
han contado lo suyo, pero en petit
comitte y a lo jíbiri, y obviamente, a medida de que pasa el tiempo, la
versión oficial siempre es la que toma fuerza, a fuerza de ser repetida, valga
la redundancia. Lo de ganadores y perdedores no lo apliquen con pinzas
historicistas o políticas necesariamente, sino como aquellos que fueron
hegemónicos por algo en algún momento. Muchas veces no es necesariamente una
guerra o una confrontación lo que da lugar a una coyuntura favorable al que
escribe la versión oficial. Puede ser potra o que el otro no supiese escribir o
narrar. Muchas personas de las que se conoce su versión bastante bien no han
sido muy agraciadas. Apúntese a esta lista filósofos que se suicidan,
escritores pobres o auras mágicas, pero son disgregaciones más outsiders. En los periodos pretéritos el
filtro del tiempo, como decimos, no separa el grano de la paja, sino que los
amalgama y convierte los hechos en un pastiche de historias, mitos y saberes
populares. Distinto es lo que aconteció hace muy poco o está pasando. El que
narra, a no ser que sea para sí —y aun así— es difícil que sepa permanecer
neutral en algunos asuntos. Las personas corrientes y molientes a día de hoy
repiten como papagayos, los sabios miran al cielo, los tontos son líderes de
opinión y los que esperamos el futuro salvaje estamos a nuestras cosas.
La nueva ola censora que nos sacude desde tantos frentes, los errores políticos e históricos, la mera corrección de lo polite ya no es que escriban y reescriban datos, conceptos, moralinas y boutades, sino que intentan que la autocensura de las mentes actúe como un resorte, vigilando qué decir, qué pensar y qué actitud tomar. Un arma que se utiliza mucho ahora es el aburrimiento por saturación, donde en otras épocas fueron noches en el calabozo, aceite de ricino, un palizón o el garrotillo. También la criminalización de la acción de escribir. Y esas formas de violencia vienen desde distintos niveles. La masa se revuelve intentando demostrar que son más papistas que el Papa, pero a la vez más copérnicanos que Galileo. Y sin embargo se mueve, o no… Se afean conductas de una forma moral emitiendo juicios de valor por el tema que toque en el día. Lo que siempre se ha hecho en bares, entierros y en reboticas, pero a las claras y con cierto orgullo, si no elitista, sí de pertenencia a una facción que mira el mundo de una forma acertada. Por otro lado está el factor Estado diciendo que es lícito o no, aún saliéndose de sus competencias autoimpuestas de defensa de las libertades y demás mamandurrias.
La nueva ola censora que nos sacude desde tantos frentes, los errores políticos e históricos, la mera corrección de lo polite ya no es que escriban y reescriban datos, conceptos, moralinas y boutades, sino que intentan que la autocensura de las mentes actúe como un resorte, vigilando qué decir, qué pensar y qué actitud tomar. Un arma que se utiliza mucho ahora es el aburrimiento por saturación, donde en otras épocas fueron noches en el calabozo, aceite de ricino, un palizón o el garrotillo. También la criminalización de la acción de escribir. Y esas formas de violencia vienen desde distintos niveles. La masa se revuelve intentando demostrar que son más papistas que el Papa, pero a la vez más copérnicanos que Galileo. Y sin embargo se mueve, o no… Se afean conductas de una forma moral emitiendo juicios de valor por el tema que toque en el día. Lo que siempre se ha hecho en bares, entierros y en reboticas, pero a las claras y con cierto orgullo, si no elitista, sí de pertenencia a una facción que mira el mundo de una forma acertada. Por otro lado está el factor Estado diciendo que es lícito o no, aún saliéndose de sus competencias autoimpuestas de defensa de las libertades y demás mamandurrias.
Como comenta a menudo el Maese Z.,
el mundo plasmado en 1984 describe más lo que vivimos ahora que la crítica del
Stalinismo que hace Orwell. El constante revisionismo por los diversos frentes
del espectro político y la extrema manipulación a la que estamos sometidos, esa
REESCRITURA constante es hoy patente a diversas escalas. Si el río anda
revuelto se dice que es ganancia de pescadores, pero al final quien gana son
las conserveras. Identifican a auténticos fascistas —y no estoy usando el
término alegremente— con luchadores por la libertad, y a los que gustan de la
libertad de expresión —sin excepciones, no con doble o triple vara de medir—
con amorales, terroristas, enemigos de clase, libertinos y otras lindezas. El
pensamiento tangencial, no ya diagonal ni transversal, está mal mirado por
todos aquellos que siguen una corriente a pies juntillas. Se acusa de sectarios
a aquellos que rehúyen la piara, cuando esta piara se parece más a un grupo de
acólitos que cualquier otra cosa. El reseteo de lo que se dijo es diario, donde
se dijo dijo, se dice Diego. Diego, Policarpo, Casimiro, Leonino o Marciano. Lo
mismo da que da lo mismo. Mañana los
nuevos trending topics habrán
convertido en rancias las palabras del hoy, que será el ayer. Y el ayer no
importa, pudiendo ser demagogos y chistosos aquí y ahora.