martes, 16 de febrero de 2016

UNA MIRADA POR EL OJO DE LA CERRADURA A LA VIDA PRIVADA DE LOS DIOSES



Acabo de reencontrarme hace un ratito con una película de Paul Newman que en su momento me pareció de lo más cansino y menor de su trayectoria.

Ahora (siempre vigente el dichoso "OTROS VENDRAN QUE..."), en estos tiempos de postureos, pavoneos y narcisismos mil de toda clase de subseres, esta cinta, con su metahistoria de proyecto personal de autohomenaje a su mayor hobby, con su sobriedad quasi zen (en contraste con otras superproducciones de la época sobre el mismo tema -GRAND PRIX, LE MANS...-), con esa trama (¿posible? ¿plausible?) de la crisis pasajera en una larga y ejemplarmente llevada saga conyugal (magnífica interactuación de la pareja protagonista, sólo superada tres años después en la obra maestra de ambos, WUSA), con ese sabor tan de la época (la fresca sonrisa de Robert Wagner, la presencia de Clu Gulager, las escenas documentales de los fastos y peripecias de las carreras, el enfoque espontáneo -periodístico, con un punto de paparazzi- de las secuencias, hasta el desagradable lunar peludo de Richard Thomas...), me ha provocado esa impresión eufórica (que suele, por otra parte, provocar Newman) de que no todos los miembros del género humano son una puta basura.