dedicado a Víctor Velasco
No me puedo quejar: mi partido, la abstención, ha quedado el segundo tras el PP. Mi partido, junto con sus parientes menores el voto nulo y el voto en blanco (voto soso pero sano como la pescadilla de régimen), eso sí es
transversal y no lo de Rosa Díez. Es el partido de las víctimas (víctimas de atentados, de expolios, de arbitrariedades, de manipulaciones, de preguntas huérfanas de respuesta) que aspiramos más a justicia (a veces, ya digo, tan sólo a una respuesta que, como a antihéroes kafkianos, jamás se
¿nos va a dar?) que a pesebre y que somos conscientes de cómo, por ahora, la cosa va
para largo. Es el partido de la gente otra que, bien
por convicción libertaria o por lúcida desconfianza del presente tongo electoral (tongo aún más restrictivo esta vez con la larga lista de candidaturas rechazadas por mor a una mayor concentración partitocrática), no está dispuesta a legitimar un juego turbio con un único ganador, la
Banca. Es el partido afín a muchas de esas candidaturas rechazadas o incluso a algunas no rechazadas pero que han quedado fuera del mínimo parlamentario, candidaturas profundamente dispares en sus nostalgias y aversiones y esperanzas pero unidas por su higa común a la ficción existente. Es el partido de quienes nos indignamos
desde la dignidad y no desde el momentáneo cabreo por la pérdida de chollos y prebendas. Nadie recompensará al abstencionista, al votante nulo o en blanco, o al que opta por candidaturas minoritarias en las que cree de corazón.
Sumando esos votos, igualamos casi hasta al propio ganador, pero ni así salimos en la foto. Claro que... tal vez no queramos salir en la foto. Hay fotos en las que resulta mejor no salir. Por aquello del respeto a sí mismo ¿saben?