«El mundo está sediento de seres excedidos.» (JOSE CARLOS AGUIRRE –línea extraída de su RUTA LOTHLORIEN, publicado en el nº 6/7 de EL CORAZON DEL BOSQUE-)
Rodeado de esas pilas de ejemplares de
EL CORAZON DEL BOSQUE que nunca cumplieron su labor (consumar su itinerario desde la imprenta hasta las manos y los ojos de presuntos afines) y hoy sirven de impremeditadas peanas para los bafles de mi equipo de música, se me ha ocurrido iniciar una serie evocando lo más notable de mi aventura cultural y editorial más ambiciosa y, por supuesto, más frustrante (ahí las pilas muertas de risa en espera de lectores). Aunque ¿fue de veras tan frustrante?: las propias vicisitudes que vaya recordando aquí y la mera existencia de avatares ulteriores como la web LINEA DE SOMBRA o este blog o mi estrecha relación con Dildo o con el maestro Rafa demuestran que la saga corazonesca, si no en lealtades de lectores y en una mínima rentabilidad capaz de posibilitar su continuidad, fue fecunda en los gérmenes que me ayudarían a madurar tanto en lo intelectual como en lo emocional, a pasar de la anécdota de la política partidista tan pobre de espíritu y penetrar en la categoría de la observación metapolítica, cuyo ojo estereoscópico es el ojo de Dios, esto es, de la Naturaleza.
Dedicaré esta primera entrega a alguien fundamental para entender el meollo de EL CORAZON DEL BOSQUE, para discernir su voluntad de unir disconformidades de muy diverso pelaje y de transversalizar extremos desde la atalaya de la Revolución Conservadora (entendida esta en su sentido más totalizante y trascendente). Esa persona es Carlos Aguirre.
Pasivo y audaz, ser lunar con pretensiones solares (su aspecto –extraño cruce entre Fele Martínez y Homer Simpson- lo retrata muy bien no sólo en la superficie), animal cultural de raíz conservadora con un punto exhibicionista (en eso siempre me recordó a Xenius o a Montherlant) a la vez que observador curioso de los exabruptos postmodernos más biodegradables (recuerdo nuestras visitas al MOROCCO en el tiempo que lo regentaba Alaska –para seguir una charla de Escohotado o para sumergirnos en una dantesca velada neomoderna, de la que salimos escaldados por el exceso de mariconería y gilipollez snob-), vinculado y más tarde desencantado (como yo, como el zenmeister) de las sirenas políticas de canto azul que prometían engañosas primaveras, jüngeriano (¡cómo si no!), loco por Holderlin, psiconauta homérico (en el doble sentido –épico y freak- del adjetivo: con él disfruté de momentos esclarecedores como mis dos trabajos de ayahuasca o aquellas medievales jamonadas, donde –devorando un pernil entero entre vasos de buen vino- algunos elegidos elucidábamos cuestiones y estrategias para encarar con dignidad los días por venir –a ellas acudieron sujetos tan variopintos como Iñaki Fernández o Leopoldo Alas y, por lo que se ve de sus acciones posteriores, no parece que les sirviese de mucho-), amigo entrañable que puso corazón a la elaboración de EL CORAZON... (en algunos momentos fue su máximo proselitista, azuzándome en el nadir de mi ciclotimia), y también dinero (llegó a costear íntegro el nº final de la revista), relaciones públicas (fue suya la idea de crear en torno a la publicación un Núcleo de Vanguardia Operativa, agitador y seductor, terrorista cultural e independiente de toda disciplina y manipulación partidista –cuando yo me acerqué a FE/JONS se sintió decepcionado por mi obstinación en tropezar de nuevo en la misma piedra hasta el punto de abandonar la singladura pero volvió al final, interesado en la transversalidad con los abertzales, a los que consideraba más guerreros que políticos y, por tanto, respetables desde una óptica espartana, como también sintió, y por las mismas razones, una fuerte simpatía por Alicia Luxemburgo, la colaboradora ultraizquierdista de EL CORAZON...-).
No hay un solo texto de Aguirre en la saga corazonesca que sea irrelevante o anecdótico. Rigor, profundidad, mala uva en ocasiones, atención plural en los temas (el cine como arte total niestzcheano, las sustancias psicoactivas como aproximaciones a viajes de mayor enjundia, el contencioso vasco, el Islam, la decadencia que nos envuelve, el romanticismo alemán, Esparta... y Jünger, siempre Jünger-) conforman lo mejor que ha hecho este hombre en su paso por la tierra. Y no exagero barriendo para mi coleto: Rafa, buen amigo en su momento de Aguirre (a mediados de los 80, cuando unos energúmenos del Sindicato de Estudiantes lo apalizaron arbitrariamente –Aguirre es la persona más ajena y crítica del matonismo y la violencia facha- hasta casi llevárselo al otro barrio, fue el zenmeister –entonces más guerrero que monje- quien vengó cumplidamente aquella canallada), a veces trae a la tertulia noticias dispersas sobre nuestro hombre. Y esas noticias siempre están cargadas de humor amargo al hablar de alguien
“que se ha echado a perder”. ¿Causas?: su interés por la psiconáutica acabó deviniendo en monomanía y lo homérico escorando más hacia Matt Groening que a la entereza del rapsoda griego, también tuvo su parte de culpa una compañera dominante y profundamente celosa de todo lo que pudiera relativizar su ascendencia sobre el amigo Carlos (siempre acaba apareciendo el final de LA VOLUNTAD azoriniana por alguna parte), compañías dudosas que antepuso a la nuestra (buscavidas moscones de la cofradía de Dragó, de esos que utilizan la figura jüngeriana del Anarca como cínica coartada para su petulante picaresca, para sus triquiñuelas proxenetistas de algo tan noble como la Cultura –en tanto que impulso vivo y espontáneo de todo ser vivente-)...
En fin... Aunque Rafa y yo siempre estamos entornados (abiertos sería a estas alturas demasiada ingenuidad) a una eventual recuperación y reencuentro con Aguirre, no nos hacemos muchas ilusiones. Tal vez, si lee esto, incluso se ofenda sin dar la menor chance a la reflexión.
Una pena. Sólo queda, por el momento, el pudo ser (o, mejor, el
“fue bonito mientras duró”) de sus colaboraciones para
EL CORAZON DEL BOSQUE.