«¿Nosotros hemos inventado la felicidad? -dicen los últimos hombres, y parpadean» (F.W. NIETZSCHE)
¿La diferencia entre Homer J. Simpson y Philip J. Fry?: la que hay entre Sancho Panza y Lázaro de Tormes. Con el tiempo, Sancho se depura al lado de su señor, en tanto que el arquetipo de la picaresca, rodeado de sujetos envilecidos y más romos de inteligencia que él, acaba por degradarse del todo al perder su único talento, una cierta astucia pedestre para sobrevivir. Sancho, con las peripecias y también por imperativo de supervivencia, descubre nuevas dimensiones para su estrecho mundo (de las diversas adaptaciones cinematográficas de la saga cervantina, tal vez sea la más humilde en intenciones, la de Cantinflas, la que incida más en esa transformación) mientras Lázaro, contradiciendo su bíblico nombre, en vez de resucitar a una visión del mundo más trascendente, empieza a caer en el conformismo, olvida sus artes rastreras y desciende, al resultarle la vida menos dura que en sus primeros años, por la pendiente filistea hasta convertirse en un perfecto e inerme representante de la mesocracia.
Homer y Fry son dos variedades para una misma figura nietzscheana, la del Ultimo Hombre. En Homer sigue viva la inocencia de Atapuerca al lado de una cierta madurez que le aporta una vida imprevistamente aventurera, llena de locas peripecias, inmerecidas según los cánones de la épica (es lo que indigna a Frank Grimes, su Caín particular, laborioso, meticuloso pero carente de chispa imaginativa y, por tanto, inasequible al rango de aventurero desde su cuadriculada mente): cuando acabe el ciclo y recomience, quien, como Homer, tenga frescos los rasgos anímicos de Atapuerca y esté familiarizado con la noción de aventura, se hallará en mejores condiciones de adaptarse a la nueva Prehistoria/Medievo. Homer es, en su calidad de imbécil apocalíptico, de acelerador de la caída del mundo en que vive, un héroe de nuestro tiempo al propiciar, con sus acciones disparatadas pero siempre rotundas, la llegada de un tiempo nuevo. Ignoro cuál es su ascendente étnico: supongo que alguno que los guionistas judíos de la serie consideren (con esa petulancia tan propia del judío) especialmente risible por inferior en capacidad intelectual (irlandés –hay ecos de sátira antiReagan como paradigma del estúpido en un puesto que le supera pero que, al final, logra triunfar en sus objetivos sin saber muy bien cómo: sería la contrapartida de un estúpido ulterior, George W. Bush, el estúpido de ascendencia judía que se labra con cada nueva decisión su propia catástrofe-, tal vez eslavo –el primitivismo de iconos como Yeltsin o el papa polaco que acompañaron cronológicamente el desarrollo de la serie han podido también contribuir a la construcción del perfil-). Quizás en la figura de Homer los guionistas quieran retratar el miedo a la caída de su propia etnia (enésima caída en ese rollercoaster que supone la historia judía, hecha de despóticos y mal administrados triunfos y de atroces penitencias: caída ejemplificada en las decisiones cada vez más erróneas y alejadas de la realidad tomadas por la administración USA y por los sanedrines políticos israelíes y que han logrado lo impensable, que rancios argumentos antisemitas emanados del tronco germano y eslavo hoy vuelvan a ser asumidos como respetables y pedagógicamente novedosos por crecientes franjas de población –no sólo de confesión islámica sino occidental antiSistema, tanto en Europa como en Latinoamérica y hasta en los propios USA-) en contraste con la consolidación de la basura blanca irlandesa, en su momento considerados casi peor que los negros (consolidación tanto en el contexto norteamericano como en el hecho de que Irlanda sea el país europeo con mejores perspectivas de futuro socioeconómico).
Fry, también de posible ascendencia irlandesa, es muy diferente. El Ultimo Hombre en sentido literal. El resultado terminal de la civilización. El inculto Homer, desde su incultura, crea cultura: Atapuerca como final y como principio. El civilizado Fry, en su indolencia, en su cobardía, en su abulia, en su carencia de imaginación (demostrada por sus torpes ejercicios audiovisuales con el holófono), sin esos impulsos locos que caracterizan a Homer (y que éste, muy lúcidamente, inculca a sus hijos como su mejor rasgo), enlaza con el Bart Simpson de las elucubraciones futuribles (el Bart viviendo con Ralph sin más conexión con la aventura que el recuerdo de una infancia condicionada por las bizarras -en el doble sentido de la expresión- aventuras de su padre, por el bucle sádico de las putadas de Pica contra Rasca, y por el destino manifiesto de su hermana de menso CI ocupando el inquilinato de la Casa Blanca). Fry es un pasota, el abúlico de ZARDOZ, el bobo ciudadano romano descrito por Momsenn que vio llegar el Medievo sin hacer nada por evitarlo (aunque ese acto fuese inútil formalmente pero habría justificado su existencia en el cosmos), el señorito de que hablaba Ortega sin instintos de supervivencia y convencido de que las prótesis que la Técnica nos depara son fruto de la Naturaleza (vamos, que cuelgan de los árboles/hipermercado o brotan de la tierra/EBay y en nada nos incumbe su génesis y su evolución como posibilidad de supervivencia). Cuando la beatitud hippie y la rabia yippie degeneraron en la picaresca predación trapichera (germen de la posterior avidez yuppie de los 80 –Escohotado, en su HISTORIA DE LAS DROGAS, explica muy bien este horrendo devenir-) y en la degeneración pasota de los temperamentos menos emprendedores (convencidos de que todo va bien en la aporía terminal –o lo que es igual, que la catástrofe definitiva de nuestra civilización durará muuuucho estirándose como chicle- y que, a corto plazo, podemos salir a flote en un panorama desprovisto de cualquier pulsión mínimamente trascendente: ahí tenemos a un Santiago Segura como superfriki triunfador a costa de un arte llamado Cine –que, en sus manos, se reduce a una coartada para ganar dinero fácil, como cuando se presentaba a los concursos de tv- o al propio Fry escamoteando el crack de su civilización en una campana criogénica para resucitar en un futuro salvaje pleno de aventuras donde él se limita a dejarse llevar como peso muerto).
Jünger, desde su posición de caballero cuerdo (eso que Don Quijote sólo fue en raras ocasiones –pero cuán estupendo se ponía en tales momentos-) y desde su valoración antiilustrada de la Cultura y la Naturaleza (su crítica a la educación universal, indiferenciada -que uniformiza y anula los instintos básicos, los impulsos vocacionales-, y su defensa de la formación selectiva y estamental –que aquilata nuestras potencias, que de veras nos realiza, que maximiza nuestra funcionalidad-), defendería a Homer de sus petulantes mofadores reivindicándolo como materia prima cargada de Destino y señalaría como lo auténticamente crucial, como el quid de la cuestión, el NO PARECERNOS A PHILIP J. FRY, el auténtico ejemplo de Lo Humano como cul de sac.